CAMISETA MORADA
Era el de la camiseta morada. No
tenía nombre porque los pobres son tan pobres que ni siquiera tienen nombre.
Trataba de saltar la valla, la de las cuchillas, la de la vergüenza, la del
asco que separa a los ricos de los que no tienen nada, ni siquiera nombre. Era
simplemente el de la camiseta morada.
Trepaba como un gato. Saltaba por
la alambrada como un mono. Huía del hambre, de la miseria, de la humillación de
no ser nadie. Huía tal vez de sí mismo. Buscaba un trozo de pan, un vaso de
leche, un pedazo de dignidad. A lo mejor llegaba a conseguir un nombre. Buscaba
una camiseta blanca, azul, roja para enmarcar su camiseta morada como se
enmarca el primer beso, la primera caricia, la primera ofrenda abierta y
regalada.
En ese momento era sólo el de la
camiseta morada. Colgado de las cuchillas que abren la carne, que rasgan la
piel, que cortan venas como manantiales de sangre africana, negra, sangre con
sabor a sal, a mar, a desierto, a patera. Cuchillas como gritos que desgarran
el alma porque dicen que él no es de los nuestros, que hay que defenderse de
sus anhelos de comer pan con aceite, del olor de sus cuerpos sudados, sin una gota
de lowe que llevarse a la piel.
Buscaba un poco de libertad para
decir su palabra, para exigir igualdad, distribución del mundo entre todos
porque de todos son las cosechas, los pájaros, las flores. Porque todos tenemos
derecho a saciar los estómagos vacíos, hinchados de desprecio, infecundo porque
el semen se debilita, porque las mujeres están secas como troncos de olivos
retorcidos.
Abajo, las fuerzas del orden.
Escuece el término orden. Porque en realidad son fuerzas del desorden, las que
se dedican a guardar a los ricos en sus fronteras, en sus castillos de riqueza,
en las poltronas de su bienestar. Custodian a los antiguos propietarios de unas
colonias donde todas las camisetas moradas eran esclavos, donde robaron sus
riquezas, donde dejaron sus secarrales cuando ya no salía nada de sus ubres
ricas en otro tiempo, donde dejaron la pobreza sembrada y ahora ha florecido en
miseria. Y esas camisetas moradas estaban ahora colgadas de las cuchillas que
sajan la carne en vivo. Y esos hombres del orden tienen instrumentos pensados
para que duelan, para que priven de los sentidos, para dormir la conciencia,
para injertar el miedo en la piel. Hombres entrenados para acertar con zonas
del cuerpo que destrocen. Hombres con armas que abren heridas. Hombres fuertes
capaces de arrastrar cuerpos vencidos. Hombres con alma blindada para que no
les penetre el dolor ajeno. Hombres que besan a sus hijos, que acarician el
cuerpo de una mujer, que sienten la ternura del abrazo, que trepan por el
vientre delicado de la esposa. Pero que ahora pegan, rompen cráneos, espaldas,
tobillos porque son hombres del orden. Y el orden dicta que los pobres tienen
la obligación de ser pobres porque a costa de esa pobreza los ricos son ricos.
El vestía una camiseta morada.
Sin nombre, sin apellidos. Simplemente era una camiseta morada. Cayó al suelo.
Roto el cráneo de un golpe certero. Inconsciente. Arrastrado por la tierra como
si ya estuviera muerto. Entregado a las fuerzas marroquíes para hacerlos partícipes
de una muerte. Hay que dividirse el mérito de matar.
El de la camiseta morada morirá
mañana, pasado mañana. Cuerpo de tierra española, de palos españoles, de
rechazo español, de humillación española. Sueños frustrados. Y los marroquíes,
súbditos de una dictadura sagrada, rematarán la faena y cobrarán un plus porque
la muerte está bien pagada.
No sabemos casi nada de su pasado
y no nos importa su presente. Sabemos que ha quedado parapléjico, que le han
tenido que quitar un riñón, que tiene el bazo destrozado. Son las consecuencias
del orden establecido, producidas por la reserva de occidente, por cristianos
que comulgan diariamente con su dios, que ponen bajo el manto de una virgen a
los parados a los enfermos, a los dependientes.
Como nación, dedicamos una parte
muy pequeña al desarrollo de los pueblos pobres. Tal vez puedas aspirar a una
camiseta morada y nueva, donativo altruista del pueblo que te dejó parapléjico.
2 comentarios:
Nunca leí una realidad tan cruel, con la belleza de sus letras...casi se podría decir que está cantando una nana,para adormecerlos y que no sufran ante tanto despotismo y golpes de pecho. Saludos.
Viendo las imágenes del camisa morada pense en el color de la piel de la hermana Paciencia Mergal y su ejemplo en el caso ébola. Lastima del poco recorrido que ha tenido esta noticia. Supongo que como no era española...
Saludos maestro.
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