MADRUGADA
Madrugaba la hierba en tus caderas.
A orillas de mis labios
tu carne amanecía.
Dios creaba la luz
con el barro incandescente de tus pechos.
Rodaba el mundo por
tu cuerpo,
y tenía la hechura de tus ojos
la piel de los jazmines.
Sólo sabías ser hermosa.
Era la costumbre
de tu cuerpo horizontal,
de tu figura ecuestre
sobre el río vertical de mi inocencia.
En ti desperté aquel día
cuando madrugaba la hierba en tus caderas
y hundías tu estatura
en la cintura azul de
mi oleaje.
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