EL PACTO FELIZ
Partido Popular y Socialistas andan buscándose los
labios. Tienen sus disputas, sus arrebatos, sus enfrentamientos. Pero en el
fondo se aman, se necesitan, se buscan porque no saben vivir el uno sin el
otro. Y desean la reconciliación porque la soledad de la cama es dura,
insoportable, cuando se ha experimentado la dulzura del calor mutuo en las
noches de invierno. Cuando se enfrían los pies porque Bárcenas, Granados,
Aceves. Porque los eres, porque los sindicatos, porque algunos alcaldes. Y
consuela llorar juntos, intercambiar las desgracias, constatar que polvo somos
y en ser polvo perseveramos.
Y eso es el pacto anti corrupción. Un acercamiento
para conseguir disimular los propios pecados, esconder los pechos de la propia
prostitución, los fluidos del amor interruptus. Llegado el momento siempre
habrá un pacto en el que guarecerse si arrecia el agua en la calle, si llueve
el descontento, si el griterío del pueblo atruena los oídos. Siempre podremos
exhibir un pacto que es como un escondite para jugar al veo veo sin decir por
qué letrita empieza el derrumbe de esos grandes partidos.
Un pacto anticorrupción. Una legislación que prohíba
robar el dinero de los ciudadanos, asaltar la hucha donde guardamos nuestros
ahorros domingueros, los resultados de las privaciones diarias, las ansias de
vivir por encima de nuestras posibilidades, el deseo de tener un techo y un
coche para ir algún fin de semana a Cullera. Se firma el pacto con la
solemnidad que requiere haber llegado a la cumbre de la democracia.
Televisiones, medios de comunicación, cuerpo diplomático, camisas limpias y
corbatas azules y hasta Cayo Lara con zapatos brillantes como el betún antiguo.
El país celebra el acontecimiento. Partido Socialista
y Popular proponen que en adelante sea día festivo en conmemoración de la meta
alcanzada. Y cuando los chavales pregunten dentro de varios años qué era eso
del pacto anti corrupción, los profesores les expliquen que es una fecha
importante porque los políticos de principios del siglo XXI se comprometieron a
no robar. Tuvieron que pasar muchos años desde el final de una dictadura
envenenada. Pero el esfuerzo valió la pena y el rey Felipe VI sancionó con su
firma que ni siquiera los cuñados o familiares por parte de hermanas podrían
apropiarse de nada. Por eso hoy, queridos niños, es fiesta.
Pero entre los niños siempre hay un Jaimito que lo
mismo le dice a su profesora que está enamorado de su culo que suelta con
desparpajo y sin miedo a nada que el otro día sorprendió a sus padres follando
en la cocina. Y ese día festivo de dos mil ochenta y ocho lo preguntó sin
aparente malicia: ¿Es que antes de firmar ese pacto que prohíbe robar podían
robar algunos políticos? Y el profesor, un interino despedido por Wert tiempo
atrás, se vio sorprendido por Jaimito y optó por mandarlos al recreo a pegar
patadas a un balón deconstruido como los huevos de un tal Ferrán Adriá.
En los libros de historia quedarán los nombres de
muchos que se apropiaron de los bienes comunes cuando eran gente importante.
Presidentes de bancos, inventores de preferentes, diputados, senadores,
alcaldes. No fueron la mayoría a la cárcel porque estaba claro, según la
autoridad máxima del Tribunal Supremo, que el código penal estaba pensado para
los robagallinas, pero que era casi imposible aplicarlo a los grandes
defraudadores. Y evidentemente la gente importante no robaba gallinas porque
preferían langosta. Las gallinas sólo
las comían los desahuciados, los que necesitaban de comedores sociales, los que
rebuscaban en los contenedores de basura y a los que el alcalde de Sevilla
multaba con setecientos cincuenta euros. La gente importante estaba en
despachos diseñados por un tal Calatrava, aunque algunos vivían con el miedo de
que se pudieran derrumbar los techos y acabar con los tresillos de El Corte
Inglés en la planta inferior encima de una secretaria elegida por méritos de
sus atributos.
España es desde entonces un país feliz. Disfruta día a
día de la seguridad y la alegría de una virgen inmaculada. Nadie puede robar
porque así lo han pactado. Jaimito había hecho una pregunta sin respuesta. No
era evidente ni estaba claro que no se debía robar antes del pacto. Sólo había
que conseguir no ser una robagallinas. Había que llamarse Pujol, Rato,
Bárcenas, Roldán, ser presidente de diputación, concejal, alcalde, Granados,
Mario Conde, Muñoz, Gil. Roca.
Es fiesta porque pactaron. La democracia va por ahí,
contoneando caderas, pero virgen para siempre porque nadie será capaz de
meterle mano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario