miércoles, 29 de octubre de 2014

EL PACTO FELIZ



Partido Popular y Socialistas andan buscándose los labios. Tienen sus disputas, sus arrebatos, sus enfrentamientos. Pero en el fondo se aman, se necesitan, se buscan porque no saben vivir el uno sin el otro. Y desean la reconciliación porque la soledad de la cama es dura, insoportable, cuando se ha experimentado la dulzura del calor mutuo en las noches de invierno. Cuando se enfrían los pies porque Bárcenas, Granados, Aceves. Porque los eres, porque los sindicatos, porque algunos alcaldes. Y consuela llorar juntos, intercambiar las desgracias, constatar que polvo somos y en ser polvo perseveramos.

Y eso es el pacto anti corrupción. Un acercamiento para conseguir disimular los propios pecados, esconder los pechos de la propia prostitución, los fluidos del amor interruptus. Llegado el momento siempre habrá un pacto en el que guarecerse si arrecia el agua en la calle, si llueve el descontento, si el griterío del pueblo atruena los oídos. Siempre podremos exhibir un pacto que es como un escondite para jugar al veo veo sin decir por qué letrita empieza el derrumbe de esos grandes partidos.

Un pacto anticorrupción. Una legislación que prohíba robar el dinero de los ciudadanos, asaltar la hucha donde guardamos nuestros ahorros domingueros, los resultados de las privaciones diarias, las ansias de vivir por encima de nuestras posibilidades, el deseo de tener un techo y un coche para ir algún fin de semana a Cullera. Se firma el pacto con la solemnidad que requiere haber llegado a la cumbre de la democracia. Televisiones, medios de comunicación, cuerpo diplomático, camisas limpias y corbatas azules y hasta Cayo Lara con zapatos brillantes como el betún antiguo.

El país celebra el acontecimiento. Partido Socialista y Popular proponen que en adelante sea día festivo en conmemoración de la meta alcanzada. Y cuando los chavales pregunten dentro de varios años qué era eso del pacto anti corrupción, los profesores les expliquen que es una fecha importante porque los políticos de principios del siglo XXI se comprometieron a no robar. Tuvieron que pasar muchos años desde el final de una dictadura envenenada. Pero el esfuerzo valió la pena y el rey Felipe VI sancionó con su firma que ni siquiera los cuñados o familiares por parte de hermanas podrían apropiarse de nada. Por eso hoy, queridos niños, es fiesta.

Pero entre los niños siempre hay un Jaimito que lo mismo le dice a su profesora que está enamorado de su culo que suelta con desparpajo y sin miedo a nada que el otro día sorprendió a sus padres follando en la cocina. Y ese día festivo de dos mil ochenta y ocho lo preguntó sin aparente malicia: ¿Es que antes de firmar ese pacto que prohíbe robar podían robar algunos políticos? Y el profesor, un interino despedido por Wert tiempo atrás, se vio sorprendido por Jaimito y optó por mandarlos al recreo a pegar patadas a un balón deconstruido como los huevos de un tal Ferrán Adriá.

En los libros de historia quedarán los nombres de muchos que se apropiaron de los bienes comunes cuando eran gente importante. Presidentes de bancos, inventores de preferentes, diputados, senadores, alcaldes. No fueron la mayoría a la cárcel porque estaba claro, según la autoridad máxima del Tribunal Supremo, que el código penal estaba pensado para los robagallinas, pero que era casi imposible aplicarlo a los grandes defraudadores. Y evidentemente la gente importante no robaba gallinas porque preferían  langosta. Las gallinas sólo las comían los desahuciados, los que necesitaban de comedores sociales, los que rebuscaban en los contenedores de basura y a los que el alcalde de Sevilla multaba con setecientos cincuenta euros. La gente importante estaba en despachos diseñados por un tal Calatrava, aunque algunos vivían con el miedo de que se pudieran derrumbar los techos y acabar con los tresillos de El Corte Inglés en la planta inferior encima de una secretaria elegida por méritos de sus atributos.

España es desde entonces un país feliz. Disfruta día a día de la seguridad y la alegría de una virgen inmaculada. Nadie puede robar porque así lo han pactado. Jaimito había hecho una pregunta sin respuesta. No era evidente ni estaba claro que no se debía robar antes del pacto. Sólo había que conseguir no ser una robagallinas. Había que llamarse Pujol, Rato, Bárcenas, Roldán, ser presidente de diputación, concejal, alcalde, Granados, Mario Conde, Muñoz, Gil. Roca.


Es fiesta porque pactaron. La democracia va por ahí, contoneando caderas, pero virgen para siempre porque nadie será capaz de meterle mano.

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