ANESTESIA
Hay sentencias que huelen a
anestesia. Como huelen los quirófanos a carne abierta, a herida programada, a
sangre brotada con equilibrio para que la vida no se pierda por las calles de
batas verdes. Debió ser terrible en otros tiempos, cuando el manco de Lepanto,
cuando a Ignacio de Loyola le amputaron creo recordar que una pierna, cuando el
cuchillo, la sierra, cuando el hueso astillado o la herida infectada. Terrible.
Hoy nos meten en el túnel de un sueño infinito. Nos inyectan un reloj que va
descontando minutos de dolor para la muela, para el cráneo abierto o la
epidural que hace de la criatura que viene una repique de alegría. Hoy tenemos
anestesia.
Hay sentencias judiciales que
huelen a quirófano. Setenta y cinco años pedidos para esos jóvenes que fueron
embrión del 15-M. La insurrección esperanzada aparcó en la Puerta del Sol y en
los soles de muchas plazas españolas. Y aquellos jóvenes crecieron y se
multiplicaron. Y se nubló el sol de la democracia y se nos quedó en nube pura
una transición que fue como pudo ser y un desarrollo del poder que infectó la
alegría de la libertad. Y la Puerta del Sol se abrió a fuerza de fuerza
interior, de músculo del alma, de ímpetu transformador, exigente.
Y fueron miles de descontentos,
de indignados apoyados, empujados, elegidos como representantes del grito que
venía de lejos. De hogares con hambre, con paro, con cansancio histórico.
Porque el poder está siempre a punto de convertirse en dictadura. Porque los
elegidos olvidan a los electores. Porque la memoria arrincona a la mayoría
absoluta que reside siempre en el pueblo por más que nuestra democracia sea
representativa y no asamblearia. Y los elegidos se esconden frecuentemente en
ese chiquero para huir de las exigencias de los ciudadanos y tienen miedo a las
embestidas de quien reclama estar presente en las decisiones importantes de la
sociedad.
Y algunos poderosos reunieron sus
insultos y los lanzaron como drones destructores. Total eran un grupo de desarrapados,
melenudos, sucios, sin costumbre de ducha. Izquierdistas ultras, amigos de
etarras, aniquiladores del sistema democrático, destructores de los valores
cristianos propios de los vigías de occidente, violentos holgazanes que querían
vivir sin trabajar, aprovechados de esquinas para propiciar roces de muslos con
ingles, amorfos vividores a los que no hay que darles mayor importancia, a los
que hay que evangelizar para llevarles la buena nueva de ideales sublimes como
llegar a quebrar un banco, llenar el tarjetero con documentos black para gastar
en sujetadores para amantes, en joyas para la novia oculta, en matar elefantes,
en bebidas para paladares exquisitos.
Y junto a esa Juventud, los
yayoflautas. Floriano, ese talento político con pinta de Cesar romano, los mira
con la ternura de un nieto que siente desprecio por la mayoría de edad
cerebral. Y Marhuenda, reptando por las cercanías de un Rajoy que ganará las
elecciones y Losantos, y el Cascabel de Intereconomía, y Cuesta y Merlo…y todo
ese cuadro periodístico infectado de sobres ocultos… Esos jóvenes deben aspirar
a ser Camps, Fabra, Correa, Matas y no conformarse con luchar por el bien de
los demás. Y los yayoflautas no tienen derecho a quejarse de nada. Les suben un
0,25 sus pensiones, como nunca en la historia de este país.
Y pasado el tiempo, llegan las
sentencias que huelen a quirófano. 75 años para esos 14 jóvenes. Por
resistencia a la autoridad, como si los ciudadanos no fueran la autoridad
suprema de la democracia. Condenados por exigir, por pedir derechos, por
auspiciar un giro que tenga en cuenta la voz del pueblo. Por utópicos que nunca
han aceptado que la utopía la tiramos hace tiempo al contenedor de material no
reciclable, porque apestaba, porque no se pueden alcanzar los horizontes, porque
no vale la pena luchar por una verdad prematura.
75 años de cárcel. Se trata de
anestesiar. Se trata de ahogar el grito en ese silencio que tanto valora Rajoy.
Se trata de tapar la boca con el miedo a 75 años de cárcel. Mejor en casa,
viendo a Jorge Javier o a Somoano. Preservados del frío del invierno, de la
solanera del veranos. En un sofá. Confiados en que nuestro representantes
políticos pueden rompernos todas la ilusiones porque somos conscientes de que
saben los que hacen. Nos pueden dejar sin futuro, sin trabajo, sin vivienda,
sin sanidad, sin enseñanza. Pero tenemos la tranquilidad de que saben qué es lo
mejor para el populacho.
El quirófano es una advertencia.
No somos mancos de Lepanto. Vale la pena la anestesia.
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