LAS PIEDRAS NO TIENEN DIGNIDAD
Rossell es un sucesor de Díaz Ferrán. Pertenece al
grupo de Arturo Fernández, el que colecciona coches antiguos y precios altos,
aunque deba cantidades ingentes a la Seguridad, deuda que él lleva con mucha
honra según sus propias palabras. Rossell tiene en sus filas a creadores
fecundos de trabajo, aunque sea a las afueras de la vida: Laponia, por ejemplo.
Y visionarias como Mónica de Oriol que radiografía a los vagos que no
encuentran trabajo y que sin embargo cobran una miseria de cuatrocientos euros
que junto a los cuatrocientos de los abuelos dan para un caldo caliente. Pues
dice esa gran empresaria que hay que suprimirlos porque los necesita ella para
cenar una par de langostas.
Rossell, como Díaz Ferrán, sabe que sólo les pueden
crecer los bolsillos si los obreros trabajan más por menos. No hay otra
solución, decía Díaz Ferrán, aunque él encontró otras formas de enriquecerse. Rossell, como Montoro, tiene claro que los
salarios han subido moderadamente contra los radicales de extrema izquierda de
la O.C.D.E. que piensan que la economía se hunde si no suben.
Me dan miedo esos seres que dicen que se han hecho a
sí mismos, que comenzaron de la nada y que hoy figuran en la lista Forbes o que
aspiran a figurar en ella. Me dan miedo porque hasta dios necesitó de un puñado
de barro para crear al ser humano. Me estremecen, porque la historia es nítida
y quienes estaban en la nada y hoy son cúspide tienen una historia de espaldas
pisoteadas para llegar a la altura de su respetabilidad actual. Porque han
sabido aprovechar la miseria de países donde se pagan unos centavos al día por
muchas horas de trabajo, porque emplean sin escrúpulo mano de obra de niños que
debían estar jugando a los médicos, descubriendo la hermosa anatomía de un
cuerpo ajeno. Coleccionan esclavos manuales como quien colecciona encendedores
de oro o pulseras de brillantes. Me causan náuseas imaginarlos donando dinero a
cáritas, un dinero manchado con el cansancio de pequeños orfebres de riqueza,
manos callosas de hombres y mujeres que olvidan las caricias porque sólo sueñan
con prendas que hay que confeccionar o con zapatillas de deportes que
permitirán la velocidad de famosos corredores. Me dan miedo eso que dicen
haberse hecho a sí mismos.
Algunos de estos prohombres blanquean sus conciencias
aceptando que hay quienes sufren las consecuencias de esta estafa perfectamente
diseñada para conseguir metas muy concretas y definidas de enriquecimiento. Y
hasta dicen estar preocupados por ellos. Entonces manifiestan farisaicamente
que son los primeros en desear un tiempo prometedor en que todos retomemos un
estado de bienestar que si se ha resquebrajado, es sólo de forma temporal,
porque ellos ganando mucho junto a otros ganando hambre conseguirán que regrese
la bondad de la vida para todos.
¿Y mientras tanto? Pues mientras tanto habrá que hacer
lo que ya otros han hecho: los minijobs, e.d. trabajos con sueldos de hambre.
Sueldos que no permiten un presente, ni una independencia vital, ni un proyecto
de vida en pareja, ni unos hijos donde derrochar los besos y las caricias que
todos llevamos dentro. Estos minijobs se envuelven en chantaje y se sirven a
voleo entre los estómagos angustiados de esos millones de parados sin futuro,
sin más esperanza que la desesperanza. Y en cada entrevista de trabajo hay una
propuesta indecente: o lo tomas o hay millones esperando esta oportunidad. Y
Rossell y su distinguida compañía de hombres hechos a sí mismos gritan a los
cuatro vientos: menos da una piedra.
Y entonces uno saca una conclusión: las piedras sólo
saben dar pedradas, romper heridas, abrir ríos de sangre, aflorar el dolor y en
ocasiones provocar la muerte. Las piedras dan poco, pero ese poco es látigo,
desprecio dolorido, desvergüenza desbocada.
Y sobre todo de las piedras no brota dignidad. Algunos
tienen una concepción tan miserable de la vida que les basta con el omega de
oro. el dupont de oro, la estilográfica
de oro. Algunos sólo aspiran a eso. Ignoran que hay seres que necesitan
dignidad como medida de la propia vida. Y no conciben que alguien desprecie un
sueldo de minijobs en base a que es indigno, en base a que no engendran la
dignidad sin la que algunos no saben vivir ni les merece la pena vivir.
Hay quienes desprecian la dignidad porque sólo
entienden de pedradas.
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