HABLAR CON EL MAR
Tengo que hablar con el mar una tarde cualquiera.
Me pondré unos vaqueros y un fular de niebla
y nos beberemos una brisa frente a frente.
Hace tiempo que no sabemos nada
de mi quehacer humano y de su espuma.
Desde aquel accidente en que murieron
todas las rosas del mundo
y la luna hemipléjica empezó
a andar en silla de
ruedas.
Una tarde cualquiera
le preguntaré por sus peces de colores
y le contaré la historia de aquel amor que fue amor,
de aquel vientre,
aquellos pechos
y las góticas ingles de sus piernas.
Una tarde cualquiera me contará su cansancio
de soportar la intromisión de tanto cuerpo desnudo,
de tanta eyaculación precoz
de los adolescentes que aprobaron en junio.
Cualquier tarde nos vestimos de incógnito.
Nadie sabrá que yo escribo poemas
para ahuyentar la muerte,
ni que sus olas son
gritos de una agonía infinita de estrellas que se van
poco a poco ahogando en sus honduras.
Cualquier tarde a lo mejor no es cualquier tarde
y yo sigo encerrado en mi jaula de libertad con barrotes
y se suicida el mar despeñándose desde una luna antigua
y se rompe contra un monte que embiste
femorales y entrañas en un circo romano.
No existe la tarde.
Entonces el mar y yo
seremos autistas para siempre.
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