DIGAME
La duda metódica constituyó un método dialéctico y
filosófico. El ser humano es una duda en sí mismo y tiene la conciencia clara
de que cuando responde a una pregunta existencial la propia respuesta se
convierte en pregunta. Y así anda, persiguiendo la obscura noticia que es para sí
mismo. El ser humano no es evidencia ni constatación empírica. Es el misterio
que gira sobre sí mismo. Y ahí radica su grandeza.
En tiempos de la dictadura fuimos preguntas sin
respuestas. Nos cegaban la vocación de búsqueda porque las respuestas no
convenían al dictador. Nos estaba vedado leer a ciertos filósofos extranjeros.
Todos los días se fusilaba la libertad como se fusilaban nucas en las paredes
blancas de los cementerios. Los derechos yacían en las cunetas con paletadas de
tierra encima. La huelga era siempre una conspiración judeo masónica. Las
comunicaciones estaban vigiladas porque podían ser aprovechadas como armas
contra la bota que nos aplastaba.
Hace treinta y tantos años. La alegría se ponía de pie
sobre la sangre derramada, sobre el dolor de viudas para siempre con pañuelo
negro, sobre la orfandad de niños que nunca supieron lo que era un padre,
chavales con pelotas de trapo y chocolate de tierra los domingos. Y misa para
las criadas a las siete y de doce para los señoritos.
No existía la intimidad porque el dictador ocupaba
todo el campo de lo humano. Era su dueño y destruía lo que le estorbaba a sus
andares de paquidermo con galones.
Hace treinta y tantos años. Tuvimos que organizar la
vida, hacer del país una apertura al mundo, inaugurar la convivencia nacional e
internacional, gritarle al universo que éramos libres, que Cuelgamuros era un
lugar seguro, que ciertos muertos no serán partícipes de la resurrección de los
muertos, que ciertos cadáveres serán siempre cadáveres.
España se apoyó en el trípode de la democracia. Tres
poderes que aupaban la serenidad de quienes hemos llegado hasta aquí después de
dejarnos las entrañas en el entonces fúnebre del ayer.
El poder judicial nos garantiza que ningún otro poder
puede pisar nuestro terreno. Vela por la legitimidad de todo lo humano y da la
cara en defensa de tentaciones dictatoriales de mayorías absolutas. Y sólo
cuando ese poder sospecha de intromisiones absolutistas, corruptas o asesinas permite
la intromisión en la palabra corrompida de alguien.
Pero la tentación está ahí. En el ministerio-opus del
interior. E imitando al dios que todo lo sabe, hay un ministro que lo quiere
saber todo plagiando a la divinidad por mandato de Escrivá de Balaguer. Y
Rajoy, el que juró la constitución por encima de sus posibilidades, accede. Y
el sustituto de Gallardón, que dios tenga en su gloria, Rafael Catalá asegura
que el gobierno tiene derecho a oír nuestras conversaciones. Lo mismo da que le
digamos a nuestra pareja que deseamos sus labios, que si alguien trama una
concentración en defensa de los derechos a una vivienda digna, a un salario
justo, a una sanidad preocupada por la salud y no por los beneficios
empresariales.
Estábamos tranquilos. Los jueces eran garantes de una
equidad, de una libertad de expresión en voz baja a través de un móvil. Y sólo
permitían captar la palabra cuando estaban seguros de que esa palabra era
profanada o mantenía metralla para hacer explotar la nuca de la democracia. Y las
togas han sido siempre escrupulosas defensoras de esa libertad de expresión
garantizada por una constitución a la que todos alaban pero que muchos
prostituyen.
Estamos en la época de las comunicaciones. Las redes
sociales nos proporcionan contactos y hacen de la apertura al mundo un hecho
recién estrenado.. Es un gozo que alguien te comente desde Japón un artículo o
que alguien te mande el perfume de un beso.
Y en esta época de comunicaciones, el ministerio del
interior se apropia del derecho a entrometerse, a espiar, a almacenar comentarios y besos. Ya no podemos entregarnos a nadie a
través de la palabra. Regresamos a la dictadura. Franco tenía en exclusividad
la potestad de oírnos. El gobierno, supuestamente democrático, se atribuye una
facultad propia de dictadores.
Nos han recortado el derecho a la sanidad, a la
enseñanza. Han destruido derechos laborales, derechos de jubilación, de
dependencia, de justicia gratuita. Están construyendo una sociedad donde los
ricos sean más ricos a costa de que los pobres sean más pobres. Se da por bueno
el chantaje laboral, se promueve la “movilidad exterior”, se cargan de
impuestos las espaldas del obrero y se libera a los grandes capitales.
¿Seguimos?
Ahora se apropia esta libertad de comunicación y espían
nuestras conversaciones bajo el farisaico argumento de la seguridad.
La libertad es un riesgo que debemos asumir. La
dictadura es un regreso a los tiempos en que no había que meterse en política
porque el pensamiento único y dictatorial lo encubría todo.
Ahí estamos. De regreso. Hacia una ayer infame. Y lo
que más escuece es que se haga desde parámetros democráticos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario