NO
SUPE BESARTE
No supe besarte aquella
tarde. Anduvimos despacio. Manos entrelazadas. Conscientes de que a cada paso
esas manos rozaban las ingles y ese roce tenía eco en la primavera más íntima
de nuestros cuerpos. Recuerdo tu mirada y tu sonrisa y tus ojos entreabiertos
cuando conseguiste llegar hasta mi arboleda vertical. ¿Recuerdas mi mirada, mi
sonrisa, mis ojos entreabiertos cuando logré acercarme hasta la cumbre de tu
cuerpo?
Pero no supe besarte aquella
tarde. Llovía. Estabas triste. Llevabas recuerdos en el bolso y un fular de
nostalgias en el cuello. Bajo un paraguas están más cerca los labios, los besos
se miran y miden en centímetros el deseo de las bocas. Aceleramos el paso
porque nos perseguía el deseo como una tormenta entre las piernas. Abrevió el
ascensor el tiempo de contacto. Tras la puerta nos arrancamos la ropa y los dos
tocamos huellas de manos anteriores. A otras manos me sabían tus pechos. Otras
manos cercaban mi cintura.
No sé si fueron los celos. No
sé si extrañamos la piel. No sé si había otros sueños en las sábanas. No sé si
otras lenguas en tu luna. No sé si otros ritmos en la música de la entrega. No
supe. No supiste nunca. No lo sabremos.
Me puse despacio la corbata.
Fue un rito abrochar el sujetador. Colgaste tu ropa interior como quien viste
al viento. Sacaste la tristeza de tu bolso. Enredaste tu cuello en el fular de
nostalgia y nos dijimos adiós.
No supe besarte aquella
tarde, pero tengo los labios llenos de ti. Lleno de ti mi vientre. Lleno de ti
mi espalda.
No supe besarte aquella
tarde. Pregunto por tus labios, tu vientre, tu espalda. Necesitamos otra tarde
de lluvias, de tristeza, de nostalgia. Entonces, tal vez entonces, sepamos
besarnos para siempre.
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