LA
DUCHA
-¿Te duchas conmigo?
Me hizo la pregunta con la
misma naturalidad con que me preguntó si me gustaba el café.
Nos habíamos conocido una
tarde lluviosa de mayo. Rubia de pelo largo trenzado de margaritas. Frágil como
un junco. Alma fuerte como un río de pie. Su alma fuerte la descubrí más tarde,
cuando el dolor le retorció la vida como un olivo.
La lluvia apareció como una
sorpresa. Debajo de un paraguas están más cerca los labios. Pero me faltó
coraje. Besar es una lucha común, no una rendición. Y ella no miraba mi boca
sino mis ojos. Caminamos sin prisas, brindándole una oportunidad al gua que se
colaba por su blusa transparente.
-¿Te gusta el café?
Me hizo la pregunta con la
misma naturalidad con que me preguntó si me duchaba con ella. Parecían
situaciones intercambiables. Desabrochó la blusa empapada, la falda empapada.
Abrí la cremallera de mi pantalón y sentí que el alma se me partía en dos.
Terminó de desnudarse bajo el chorro cálido de la ducha. Me ofreció el gel y me
dijo que le resultaba incomprensible que los humanos tuviéramos los brazos tan
cortos. Es imposible –dijo- enjabonarse la espalda. El cuerpo humano no es
justo. Y yo aproveché la injusticia del creador para acariciar aquel mapa
hermoso de piel desde su nuca hasta los bellos planetas de sus nalgas. Ella deslizó
sus manos de espuma sobre mis omóplatos y las perdió cintura abajo. Estábamos de repente frente a frente. Estrechamos el
espacio vital para que un solo chorro nos purificara a los dos. Y se
encontraron los cuerpos. Poco a poco se fueron conociendo, extrañándose menos
uno del otro, hasta hacer tacto del contacto, caricia de la cercanía, fusión de
la proximidad. Me crucificaban sus pechos y yo lanceaba su vientre. Y el agua
nos fue envolviendo en una cálida toalla de vaho.
Agradecí la lluvia de mayo.
Me alegré del viento que inutilizaba el paraguas. Me alegré de no haber tenido
el coraje de besarla. Me alegré de la imperfección del ser humano, de tener unos brazos cortos que no
permitían esparcir el gel en la longitud de la espalda. Me alegré de su cuerpo
desnudo, de la embestida de sus pechos, de las lanzas clavadas en su alegría.
Me alegré de existir porque ella existía.
-¿Otro café?
Me hizo la pregunta con la
misma naturalidad con que me preguntó si me duchaba con ella.
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