PROSTATA
Tú
no eres un cáncer de próstata. Tú tienes un nombre, una mujer, unos hijos, unos
nietos. Paco, por ejemplo te llamas. Setenta y dos años se te han echado encima
como una pared, como un árbol, como un pantano de compuertas abiertas. Tinto en
la terraza del bar. Las miras pasar. Van hermosas. Faldas cortas. Pechos como
giraldas horizontales. Labios entreabiertos para que bese el viento pulmones
color de rosa. Y tú recordando. Muchos años atrás. Cuando las ingles gritaban y
ellas te respondían con una mirada oblicua, como quien no mira, pero deseando
tus ojos mientras compraban el pan caliente.
Hoy
te has vuelto opaco, gris marengo. Tienes el alma oscura, Caídos los párpados,
como anocheciendo. No pasan las muchachas. A lo mejor ni existen. Guardaron las
minifaldas, los pechos hierba segada, pequeñita, sólo para que se posen
mariposas azules. Ella haciendo la sopa. Sesenta y nueve tiene. Tres hijos.
Cinco nietos. Y ella haciendo la sopa con dos euros cincuenta porque no da para
más la pensión.
Tiene
cáncer, Paco. Exploración rectal. Alto, muy alto el PSA. Cáncer, Paco. Pero
tranquilo. Operamos. Tratamiento y puede durar mucho. Dijo la palabra exacta.
Puede durar. No confundir con vivir, pensó Paco. A lo mejor inútiles las
caricias de ella, la cercanía de sus muslos marchitos, sí, marchitos pero de
ella, de aquel amor de siempre, de aquellos labios de siempre, de aquellos
abrazos de siempre.
Lo
apuntó en un papel y lo deletreaba. Era un nombre difícil: hiperplasia
prostática que ha degenerado en cáncer. Tienen los médicos que justificar sus
honorarios, sus estudios, su paso por la universidad con nombres imposibles.
Paco lo explicaba a sus compañeros de cartas. Se pone grande la próstata y te
jode para el resto. Te la quitan, te dan una “medecina” que te deja calvo y a
durar lo que dures.
Vamos
tirando, respondía veinte veces al día Paco. Veinte preguntas. Veinte
respuestas fotocopiadas. Vamos tirando. Y seguía su paseo en busca de la sopa
de dos euros y medio para los hijos parados, para las nueras paradas, para los
niños con pelotas de trapo como en aquellos tiempos.
Hoy
Paco ha ido al hospital. Tiene que empezar con la “medecina” que lo dejará
calvo. Es una medicación muy cara, Don Francisco. Le han llamado Don Francisco,
tal vez por primera vez en la vida. Tan cara, Don Francisco, que no la tenemos.
Ha dicho el gobierno que no hay dinero, que hay que recortar gastos sanitarios.
Lo decía a todas horas la tele. La crisis, la prima de riesgo, los mercados, la
deuda, el déficit. Todas esas palabras envueltas en papel de estafa querían
decir una sola cosa: No se le puede dar esa medicación. Si quiere, cómprela. Se
la receta su urólogo y se la compra, Don Francisco. ¿Y cómo hago para comprarla
con una pensión de seiscientos euros, tres hijos parados, tres nueras paradas y
los nietos con pelotas de trapo? ¿Qué solución me da usted? Yo no tengo la
solución, Don Francisco. Sólo puedo aconsejarle que la compre. (Se me está
ocurriendo la solución única: muérase cuanto antes. Un infarto, un aneurisma,
una hemoptisis…La he pensado, pero me la callo)
Paco
se marchó despacio. Setenta y dos años. Arrugas de campo, de camionero, de
andamio. No vio a nadie por el camino. Ni muchachas hermosas de minifalda, ni
amigos que preguntan, ni nietos saliendo a su encuentro.
Y
ella: ¿Ya tienes la medicación? Y él: Que
dice la “dortora” que no era tan mala la cosa y que no hace falta que tome
nada. Y me alegro. Me iba a ver muy raro sin mi pelo de siempre. Y los hijos y
las nueras y los nietos. Todos pensando lo que no quieren pensar. Y los
pequeños contentos porque su abuelo se ha puesto bueno.
Paco
se acostó aquella noche. Se acurrucó junto a ella y se puso a llorar por
dentro. A lo mejor la muerte era eso: un llanto en silencio para humedecer la
eternidad y que no te haga daño al rozarla.
No
tengo la solución, Don Francisco. El farmacéutico no lo volvió a ver. A veces
se preguntaba si se habría muerto ya. Era lo que aconsejaban la prima de
riesgo, el déficit, los mercados, la deuda, todo aquel bolo alimenticio
envuelto en papel de estafa.
1 comentario:
Gracias, Rafa, una vez más por tu palabra "profética", que desnuda la realidad y penetra el alma, intranquiliza y compromete...
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