HASTA
QUE LAS URNAS NOS SEPAREN
Franco
llegó a finales de sí mismo. Lo enterramos fuera de la historia y el camino de
la libertad se hizo tarea. Suárez venía del ayer pero se empeñó en inaugurar un
mañana. Y echamos a correr alegría abajo, Constitución abajo, derechos fundamentales
abajo. Nos dedicamos a inventar el futuro, a adueñarnos de nuestro destino, a
sentirnos insustituibles en el quehacer. Nadie podría usurparnos nuestra
capacidad de decisión. A nadie, ni siquiera a los que eligiéramos, le
entregaríamos lo que sólo a los ciudadanos corresponde en propiedad
inalienable.
La
democracia es el poder del pueblo. Deberíamos clavar este cartel por todas las
esquinas, en todas las puertas ciudadanas y en los balcones de los gobernantes.
De esta forma nadie podría hacer dejación de sus dominios y ningún poderoso
podría apropiarse de lo que sólo le ha sido entregado en calidad de
administrador. No debo esconder la solidaridad de cooperar al bien de la comunidad,
ni “los de arriba” pueden caer en una “democracia dictatorial” Y ambas posturas son más frecuentes de lo
permisivo. Abdicar de mi iniciativa como actor democrático significa situarme
en las afueras de la conciencia colectiva. Que un gobierno, por el hecho de
haber sido elegido, se crea con capacidad de actuar al margen de las
aspiraciones sociales, significa que el
uniforme de otros tiempos se ha cambiado por la corbata cuyo nudo ahoga tanto
el cuello de los ciudadanos como las cachas oscuras de otros tiempos.
La
capacidad de elegir gobernantes cada cuatro años no exime a nadie de la
obligación de permanecer en la empresa de la democracia construyéndola día a
día. La capacidad de ser elegido no otorga un poder omnímodo para convertir esa
elección en la apropiación del devenir. Ni siquiera cuando la cantidad de votos
recibidos otorga una mayoría absoluta.
Sobre
una campaña de promesas vendidas al por mayor por todas las esquinas, el pueblo
eligió no hace mucho a un gobierno del Partido Popular. Y lo elegimos para que
hiciera realidad aquellas promesas. En medio de una situación de oleaje nos
hablaron de puestos de trabajo, de sanidad, de impuestos, de educación, de
pensiones. Se le echó en cara a Rodríguez Zapatero el no haberse enterado de una crisis que le estalló en los ojos. El
Partido Popular, pese a ser consciente de lo que no había reconocido Zapatero,
prometió y prometió y prometió. Dejó bien claro que España debía hacer frente a
Europa para no desestabilizar el estado de bienestar porque había líneas rojas
que no se podría atravesar ni por imperativo de la princesa Merkel.
Rajoy
y su gobierno se han dado una enorme prisa en derrumbar ese estado de
bienestar. Sanidad, educación, servicios sociales…España es una escombrera de
materiales de derribo. Y la enorme hemorragia se quiso taponar con otra
falsedad: no conocíamos la herencia que nos tocaba, es decir, no sabíamos el
estado de la cuestión. A zapatero pudo sorprenderle la crisis y cierto es que
no actuó de acuerdo a ella. Pero culpar a la herencia o a la ignorancia del
estado de cosas es de un cinismo escalofriante.
¿Y
qué puede suceder cuando se da esta situación?
¿Qué solución existe si un partido, sea el que fuere, engaña
conscientemente a su electorado y una vez elegido da la espalda a sus promesas
y lleva al país a toda prisa hacia la ruina, hacia un cambio de situación por
motivos ideológicos? Porque poniendo
como pantalla una crisis que es en realidad una estafa, lo que está haciendo
este gobierno es poner en vigencia una ideología en la que se diferencian dos
clases de ciudadanos separados por el abismo podrido del dinero. La sociedad “debe”
dividirse en ricos y pobres y los primeros proliferarán a costa de los
segundos. Y según ese modelo, la sanidad, la enseñanza, la atención a la
dependencia, la infancia, los maltratados, la seguridad, la justicia y todo
aquello que configuraba el estado de bienestar pasa a ser patrimonio de quienes
pueden pagárselo y se expropia de ellos a los que carezcan de dinero. Se
rescata a los bancos y se despoja a los que tienen una hipoteca, se entrega la
sanidad a empresarios capaces de hacer negocio, podrán apelar a una tribunal
superior los que se lo puedan pagar y podrán abortar en Londres los que gratuitamente
no puedan hacerlo en la seguridad social.
Es
necesario entonces un “golpe de estado civil y pacífico” Que nadie me llame
nazi, ni filoetarra, ni antisistema, ni anti demócrata, ni por supuesto
violento. Que tome nota quien deba tomarla de que no puedo permitir que se me
engañe, que estoy en mi derecho de obligar a cumplir lo que se me prometió, que
el voto es algo muy serio y que en serio se lo deben tomar sus destinatarios.
El
matrimonio con las urnas debe tener vigencia hasta que las urnas nos separen.
Lo cual no puede significar esperar, como algunos proclaman, a una próximas elecciones
al final de la legislatura. Significa que hoy, aquí y ahora se nos debe
devolver el poder usurpado con la falacia cínica y faisaicamente ejercida.
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