LA MALETA DE CARTON
Lo ha dicho González Pons: Trabajar en Berlín
es como trabajar en España porque Europa es la patria común. Pons construye
frases ingeniosas hasta para pedir filetes en el supermercado. Pero el ingenio
no pasa a veces de ser una estupidez elegante.
A uno ya le corre vinilo por la venas y vivió
el entonces cuando todo era entonces. Ayer tal vez. Tal vez antes de ayer.
Apostado Franco en el Pardo y España en el punto de mira. España con los ojos
vendados y un cigarrillo de orgullo dispuesta a ser fusilada al amanecer.
Entonces Alemania, Bélgica, Holanda no eran
patria. Eran sólo exilio, expatriación, destierro, emigración. No estaba
González Pons para hacerle frases al caudillo porque el caudillo prefería las
balas a las palabras.
Llevaban las lágrimas en una maleta de
cartón. Se dejaban atrás los besos, las noches de orgasmos sobre colchones de
hojas de maíz, la camisa limpia de los sábados y la misa de siete para que
tuviera constancia el señorito de que la azada estaba bendecida por Dios
Nuestro Señor. Cambiaban los niños cromos de Gento por canicas de cristal y las
niñas saltaban a la comba sujetando la faldita para no propiciar erecciones
cómplices.
Los españoles emigran por impulsos
aventureros, dice la secretaria de estado de no sé qué…Y contradice a la
ministra de trabajo para quien el término emigración es sinónimo de blasfemia
que nada tiene que ver con su virgen rociera que ayuda a que España vaya bien
como si la Blanca Paloma fuera un Aznar cualquiera. Se nos van los jóvenes, los
investigadores, los médicos, el personal docente, sanitario, los licenciados.
Huyendo del hastío, de la desesperanza, del hoy derrumbado sin mañana, del
mañana sin nunca, del porvenir sin futuro. Buscando dignidad porque la miseria,
como antiguamente Africa, comienza en los Pirineos. Porque vivimos aplastados
por un país convertido en escombros. Porque no se sostiene el derecho al
trabajo, ni a la enseñanza, ni a la sanidad, ni a las pensiones, ni a la
dependencia. Porque se nos han venido encima todos los ladrillos, todas las
vigas, todos los dinteles que apuntalaban la decencia, el quehacer honrado. Hay
que trabajar más y ganar menos (Díaz Ferrán). Hay que imitar a los chinos que
trabajan horas y horas sin descanso (Presidente de Mercadona). Hay que trabajar
por debajo del salario mínimo interprofesional (Banco de España). Hay que
aceptar los minijobs porque más cornás da el hambre (Rossell) Hay que disfrutar
de la movilidad exterior (Fátima Báñez) Hay que formar para competir (Wert). No
es tolerable que un enfermo crónico viva siempre a costa del dinero público
(Viceconsejera de sanidad de Madrid) Hay que privatizar los hospitales porque
ahí hay negocio seguro (Güemes). Hay que entregar a los empresarios la
enfermedad porque ellos rentabilizarán el dolor (Lasquetty).
Un día quemamos las maletas de cartón.
Enterramos la boina y la pelliza. Olvidamos liar el cigarrillo. Ahora tenemos
el portátil, un móvil para besar en la distancia, cigarrillos con filtro. Hemos
leído a Engels y Sartre. Pero nos
obligan a permanecer de rodillas prometiéndole a Merkel no volver a vivir por
encima de nuestras posibilidades, a dejarnos esclavizar por los mercados, por
la prima de riesgo, a venerar a la troika, a acostarnos con la deuda externa, a
amar el déficit sobre todas las cosas, a tatuarnos el becerro femoral adentro,
a besar los pies el FMI, del Banco Central Europeo, a idolatrar un terrorismo
económico traje chaqueta y chanel.
Europa es el mercado donde se venden pobres
al por mayor. Se les ha expropiado la dignidad, se les ha desahuciado de
humanidad y, muertos y destripados, se exponen en el escaparate de un infame
mercadillo. Y pasan los grandes, látigo en mano, blandiendo el miedo ante los
estómagos vacíos, huecos como orfanatos del hambre, de la angustia, del
sinsentido vital. Y se subasta la angustia, a tanto cuarto y mitad. Y se elige
al más barato como a una puta barata porque sólo se la quiere para una felación
del orgullo.
Otra vez estamos fusilados. Un cigarrillo
entre los labios, un tiro de gracia en el costado y una mueca que irrita al
pelotón de los que creen que los pobres no tienen una revolución entre los
ojos.
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