BUNGA,
BUNGA
Se
ha comprado (Berlusconi lo compra todo) un ramo de margaritas y juega a los
amores: ¿Me quieres? ¿No me
quieres? Italia es elegante hasta geográficamente.
E Italia lo ha venido queriendo durante tiempo y tiempo.
Inhabilitado
de por vida. Berlusconi en el cuarto de los trastos viejos. Con los juguetes rotosde
los que fueron niños y no quieren perder su infancia. El aspirador desahuciado
pero que sigue ahí por si acaso. Cama primitiva, cuando el amor fresco, cuando
los pechos radiantes, cuando los mulos sostenía la catedral de aquel cuerpo. Y
tirado como un desecho, Berlusconi. Hasta que un día cualquiera pase el camión
de los trastos viejos y se lo encuentre junto al contenedor de lo no reciclable.
Le han quitado las pilas del bunga bunga. Lo han vaciado de carne fresca y
juvenil. Se ausentaron los mandatarios de virilidad erecta pero ridícula. Han
perdido al cliente las putas de lujo. Y hay como una orfandad de las que gustaban
palacios y son ahora carne de camionero.
Tres
mujeres como juezas. Tres mujeres togadas que le escuecen a Berlusconi en el
alma. Tres mujeres diciéndole que su lugar es el trastero, que no vale para
político, que no sirve para la convivencia del país, que mejor está en la
cárcel, entre machetes criminales y ladrones de alto copete.
Italia
siempre fue cambiante. Estrenaba primer ministro con la frecuencia de quien
respira aire fresco a tantas inspiraciones por minuto. Italia es la historia de
Europa, el arte de Europa, la elegancia de Europa. Todos somos un poco
italianos. Por eso nos dolía Berluconi. Porque nos estiraba la piel con
cirugía, porque recogía cosecha de millones, porque nunca sería calvo, porque
nos dolió la catedral de bronce contra la cara reconstruida.
Tarde
o temprano (muy tarde para mi gusto en este caso) los pueblos se sientan en una
acera cualquiera, piensan, acarician su pasado, miran a los ojos del presente y
se plantean el futuro. Y entonces empiezan a recuperar su dignidad. Porque la
condena de Berlusconi es la condena de quienes le votaron una y otra vez y se
hicieron cómplices de su orgullo mafioso, de su desvergüenza política, de su
vientre reptil por los lodazales de la historia. Hay mucho berlusconi condenado,
inservible, desahuciado en el trastero, a punto de que se los lleve el camión
del material no reciclable. Demasiado votante implicado, demasiada papeleta manchada,
demasiadas urnas-ataúdes de podredumbre.
Obama,
Merkel, Zapatero, Aznar…Todos se dejaron besar y todos besaros la piel
acartonada de Berlusconi. Aznar ahora lo llama delincuente. Pero ese
delincuente no pudo faltar junto a Correa, Bárcenas y el bigotes-barbas a la
boda imperial del José María Primero de Irak.
Pero
siempre hay un momento en que los pueblos, como pródigos, regresan a su
dignidad y prometen vivir en ella. Tienen que renunciar a muchas cosas, pero le
empiezan a sacar gusto al pan caliente de la honradez y dejan de ser cómplices
para convertirse en ciudadanos corresponsables de la marcha de su país.
Hay
quienes necesitan una democracia de plazos. Cada cuatro años uno tiene derecho
a sentirse demócrata mediante una votación. Es la gran fiesta de la libertad. Y
cuando la jornada electoral termina, cada uno vuelve al anaquel de
descatalogado y se limita a criticar lo que él mismo eligió, sin necesidad de
descolgar su empuje ciudadano para hacer el bienestar de las res-pública. Allá
los políticos. Para eso los hemos elegido. Y entonces el votante se convierte
en cómplice de quienes demonizan al pueblo, de quienes destruyen lo conseguido
con mucho esfuerzo y al que despóticamente se le echa en cara una mayoría
conseguida gracias a esos que ahora deben permanecer al margen de cualquier
decisión.
Nuestros
políticos nos condenan. Nos convierten en berlusconis arrinconados, nos olvidan
en el trastero, nos dejan sin bunga bunga, y nos inyectan sumisión anestesiante
para sajarnos el alma con el menor dolor posible.
A
lo mejor es la hora de recuperar nuestra dignidad, de cambiar el camino para
divisar la utopía, de vivir la desnudez de la libertad, el vértigo de la
responsabilidad para sentirnos hacedores permanentes del futuro. Hay que salir
del trastero, gritar nuestra iniciativa y decirle a quien corresponda que somos
ciudadanos, que el poder es nuestro, que
la palabra nos corresponde como propiedad inalienable, que la democracia somos
ante todo nosotros. Y que el Congreso de los Diputados es nuestra casa. Y que
la Moncloa es nuestra residencia. Que todas las instituciones son patrimonio de
la ciudadanía.
Renuncio
al bunga bunga, a la carne fresca de prostitutas azules, a erecciones
presidenciales de vigorexia imposible, al corazón mafioso que todos llevamos en los talones. Renuncio a
ser Berlusconi, a sus pompas y a sus obras.
Me
exijo ser imposible para que sea posible el mundo que fue sueño, que fue sueño,
que fue sueño…tan real como el mar que hay debajo de los adoquines de la vida.
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