AL
BORDE…
El
ser humano vive siempre al borde de sí mismo. Al borde de su finita libertad
(Marcel). Al borde de las circunstancia que lo circunvalan. Al borde de su
plenitud y su miseria. Siempre al borde. Basta el roce de una brisa cualquiera
para despeñarnos sin saber exactamente dónde caer, si es que caemos en alguna
parte. Buscadores de la verdad, del amor, de la libertad, pero sometidos a la
ley de la gravedad que imanta y conduce a la mentira, el desamor, la
esclavitud. Ese es el ser humano. Nada más. Nada menos. Y ahí, en ese vértigo
supremo, hay que tener el valor de permanecer. Sólo los muertos han definido su
trayectoria de polvo y nada.
Pero
los huesos se nos llenan de una abulia gris, color amorfo, indefinido, sin una textura
concreta. Y tendemos a delegar. “Que la vida se tome la pena de matarme, ya que
yo no me tomo la pena de vivir”
(Machado). Y así pasamos por el tiempo. Encomendando a otro que viva,
que decida, que se arriesgue por nosotros. Descargamos “en la vida” las
decisiones existenciales y nombramos vicarias de nuestra libertad a las
circunstancia ciegas del acontecer.
Es
muy frecuente esta entrega de responsabilidades cuando de política se trata.
Nos sentimos demócratas por encima de todo. Los Fragas de ayer, los Ramallos,
los Navarros, los Borbones resultaron demócratas de toda la vida. Y colaboraron
en la transición como sacerdotes consagrados en la defensa de las libertades,
de los derechos fundamentales. Y a la altura de los Felipes, los Carrillos, los
Alfonsos construyeron una Constitución a la imagen y semejanza de aquel presente que tal vez fue lo que fue porque
no pudo ser otro tiempo.
Pero
no asumimos que ser demócrata es sentirse responsable de la marcha constructiva
de una sociedad. Que un país es el esfuerzo resultante de sumar empujes,
fuerzas creadoras, lucha por utopías como verdades siempre prematuras, siempre
horizontes, lejanías siempre. Fiesta de la democracia le llaman al día en que
las urnas se abren y las fecundamos con la libre elección de nuestras
preferencias políticas. Acaba ese día la fiesta y comienza un período de cuatro
años no laborables en el que los políticos elegidos, y sólo ellos, son los
responsables del camino señalado. Y nosotros en el chiquero del “para eso les
pagamos, para eso los elegimos, para eso los nombramos”. Y abucheamos la faena
o sacamos pañuelos blancos.
Con
ser grave esta delegación de la ciudadanía en sus políticos elegidos, más grave
resulta que esos elegidos se crean depositarios absolutos y absolutistas de la
misión encomendada. Lo decía Rajoy hace unos días: los ciudadanos eligen a sus
representantes para que gobiernen y legislen mientras estén el poder. Y se circunscribe al Congreso de los
Diputados la residencia de la palabra sin tener conciencia clara que la palabra
es siempre propiedad del pueblo. Y se permiten llegar a gobernar con promesas conscientemente falsas para seguir falseando
la realidad y enmascarar bajo el nombre de crisis lo que encierra una estafa
ideológica. Y se destruyen esperanzas de trabajo, y se entrega la educación a
los ricos, y se excluye de la sanidad a los pobres, a los crónicos, y se roban
las ayudas a los dependientes, y se maltrata a la vejez con disminuciones de
pensiones, y se desampara a las mujeres maltratadas, y Gallardón se adueña del
misterio de los ovarios, y se les niega la reproducción asistida porque es el
varón el señor de la nueva vida, y se prohíbe el aborto en nombre de unas
mitras sublevadas… Y se tiene la desfachatez de que un presidente de gobierno
viva de espaldas al Parlamento, y se tacha de nazis a quienes se manifiestan
pidiendo la no privatización de la sanidad o exigiendo un puesto de trabajo. Y
son radicales desestabilizadores los que acusan de robo a los bancos.
Hoy,
los ciudadanos, como nunca desde la muerte del dictador, tenemos que asumir la
responsabilidad de sentirnos hacedores de nuestra democracia. Porque todas las
reformas ideológicas nos conducen a una dictadura elegante de corbata y
gemelos, pero dictadura al fin. Solo la ciudadanía tiene capacidad para dar un
golpe civil contra gobiernos que abusan del poder recibido, encomendado, nunca
entregado para el ejercicio evidente de absolutismo.
Si
nos falta esa capacidad de compromiso es porque renunciamos, una vez más, a
nuestra labor de crear la empresa gozosa de la democracia.
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