FLORES
París. Un hombre joven con su hijo de unos cuatro años
en brazos frente al lugar del atentado jihadista. El diálogo del amor entre los
dos:
-Papá, por qué han matado a tanta gente? ¿Son muy
malos los malos? ¿Tendremos que cambiarnos de casa, a un sitio donde no haya
malos?
-Hijo mío, gente mala la hay en todas partes. Buena
también. Aquí hay personas buenas. No todas son malas.
-Pero los malos llevan pistolas y matan.
-Hijo, no te preocupes. Nosotros no tenemos pistolas,
pero tenemos flores.
-Ya estoy más tranquilo, papá. Tenemos flores y las
flores no matan, nos protegen.
Hollande habla de una Francia en guerra. Pide ayuda al
resto de naciones argumentando que según el reglamento de la OTAN cuando un
país es atacado deben acudir en su ayuda todos los demás integrantes. Hollande
está en período preelectoral y muy bajo en la estima de sus conciudadanos.
Necesita –dicen expertos politólogos- inyectar en vena una alta graduación de adhesión.
Está, según esos comentaristas, sobreactuando porque tanto él como sus asesores
tienen constancia de que lo mejor para responder a ese jihadismo asesino no es
precisamente proclamar un estado de guerra, pero esa proclamación es necesaria
para conseguir unas elecciones.
Si esto es así, confieso que me repugna que alguien
aproveche la sangre de los muertos para alzarse a la cumbre de adhesión que se
requiere para ganar votos. Dolor de huérfanos, de viudas, de hombres para
siempre solitarios, dolor de heridas que
no se cerrarán nunca, utilizados para llegar a una cima donde las urnas acojan
los votos resultantes de una sobreactuación macabra.
Bombarderos últimos modelos. Putin arrimando el hombro
para que la sangre sea más abundante. EE,UU, destruyendo camiones de petróleo
con sus conductores dentro. El resto de naciones a la expectativa. A algunos no
les conviene que el país se llene de pancartas con un NO a la guerra como
cuando Irak y juegan a la dilación y la ambigüedad en sus declaraciones. Todos
estamos de luto. Corbata negra los mandatarios, traje negro ellas. Y grandes
declaraciones. Todos contra el terrorismo, pero sólo contra uno. Para cuándo
manifestaciones por los niños palestinos, por los refugiados que huyen de la
muerte para llegar a la muerte, para cuándo algo más que el canto emocionado de
himnos nacionales para plantearle a muchos un canto a la vida? Para cuándo
resarcir a Irak de los destrozos de una guerra de unos falsos salvadores de las
patrias? Se absuelve la sangre de aquella guerra diciendo que fue simplemente
un error? Se arrancan a Aznar las condecoraciones de reptil que siguió a los
otros guerreros? Dónde está aquel parlamento español aplaudiendo la decisión de
un presidente hueco? A nadie se le cae la cara de vergüenza? Hay tribunales que
juzguen estos “errores”?
Ahora todos se apresuran a firmar pactos
antiterroristas y quienes se niegan a hacerlo porque exigen ir a la raíz del
problema son tachados con el mayor desprecio como quienes justifican los
atentados y ejercen una demagogia barata.
Y los mandatarios vislumbran el momento exacto de recortar derechos, de
ampliar penas. Se podrán efectuar registros sin orden judicial, retener en el
propio domicilio sin que intervenga la orden de un tribunal, se restringirá la
libre circulación de personas, se informará a la autoridad competente de
reuniones antojadizamente peligrosas, se sospechará de la maldad de cada viandante, se partirá de la base de que todos
somos culpables mientras no se demuestre lo contrario. Se inocula el miedo, la
inseguridad más absoluta y se extraen los derechos conseguidos a lo largo de la
historia.
Pactos antiterroristas contra nadie en concreto
porque, según los expertos, la dispersión del enemigo, sus fuentes de
financiación escondidas en paraísos fiscales, su venta de petróleo a países
ahora dolidos por las muertes parisinas, la venta de armas, etc. hace casi
imposible saber dónde radica ese odio en concreto. Que toda persona honrada
está en contra de estos actos es algo que hay que admitir como evidencia, pero
los políticos necesitan la seriedad de Versalles y su hermosura para firmar lo
que el pueblo firma con velas y cuartillas de cuadernos y flores.
Por todo esto, me parece enternecedor ese hombre de la
calle explicándole a su hijo de cuatro años que la humanidad cuenta con la
existencia de personas malas que disparan pistolas, que matan, que destruyen.
Pero que junto a esos, hay gente buena, hay velas cálidas de vida y flores que
nos protegen como dioses laicos. Y el pequeño se siente más tranquilo, se le
ensancha el alma diminuta de sus cuatro años porque el olor de las rosas lo
hace mejor, más humano, más digno de ser hombre y mujer de un mundo que
revienta nucas y destroza corazones destinados a proclamar el amor al prójimo.
La bondad es invencible mientras haya nardos,
amapolas, rosas y claveles. La tierra respira perfumes. Y mientras algunos ven
la gran oportunidad de querer que vivamos en el miedo, un niño comprende que
los claveles callan la boca de los fusiles.
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