domingo, 28 de abril de 2013


TENGO QUE SER PUTA

 

 Si un día te miras al espejo y no responde a tu imagen, es que no existes. Se te ha ido el rostro por las cloacas de la vida para ser abono de girasoles. Espejo de amaneceres con ilusiones frescas, féretro ahora porque no queda tiempo para los sueños.

Un reportaje en televisión  se ha clavado en el ambiente como un puñal. Mujer. Treinta y ocho años. Hermosa. Bata desabrochada con picardía suficiente para que se adivinen los pechos, los muslos, el vértice de la vida, su rosa azul. Farmacéutica. Dos hijos. Divorciada. Techo hipotecado, de los tiempos en que su licenciatura le valía  para regalar sonrisas a sus hijos, su recibo bancario, unas cervezas con besos y un nuevo amor de domingos por la tarde.

Le ha cambiado el camino. La cola del INEM metamorfosea la existencia y ya no eres capaz de averiguar si lo que arrastras es tu vida o una sombra descolgada de un alma destruida. Ha escarbado las calles durante meses en busca de trabajo. Ya le llamaremos. Ya le llamaremos. Ya le llamaremos. Letanía repetida, ventolera capaz de llevarse las ilusiones hasta estamparlas contra un malecón rocoso.

Un día llamó a la puerta la amenaza de un desahucio. Era urgente apuntalar el techo porque si se derrumbaba, se le caía la vida,  la aplastaría junto a sus hijos. Noche boca arriba, preguntando a nadie, suplicando a nadie, exigiendo a nadie. Se levantó y no se vio en el espejo. A lo mejor ya no existía. Se puso frente al ordenador y tecleó en google cómo podía hacerse puta de forma abreviada. Se desabrochó la bata elegante de cuando entonces y asomó sus caderas a la pantalla de colores. Alguien le escupió un piropo vomitivo. Te gustaría, me gustaría, tu boca, tus muslos, tu espalda. Y se retorció de placer al otro lado. No supo ponerle precio a su carne. El cliente fue generoso. Cien euros. Pan, leche,  huevos, filetes. Porque las putas también tenemos derecho a filetes, pensó. Y así un día y otro y otro. Catorce horas de mercado, con la carne expuesta, esperando erecciones solitarias, imposibles, soledades de cama sin abrazos.

España se fue haciendo elegante. Tiene también treinta y tantos años. Redimió su figura maltratada por una dictadura infinita. Poco a poco se fue poniendo guapa. Sanidad universal. Derechos de reunión, de expresión, de manifestación. Enseñanza mantenida con  impuestos. Pensión de jubilación como el regalo que cada trabajador se hacía a sí mismo para cuando el reuma, para cuando los pulmones, para cuando la petanca, para cuando de nuevo se tomaran de la mano y pasearan la gloria de sus arrugas por las aceras del orgullo. Amor en los labios de hombres y mujeres porque era un derecho. Carreteras, trenes de alta velocidad, ciudades con garbo. España se hizo alegre, como antes de las balas, de los julios ensangrentados, de los gernikas aplastados, de las cunetas, de los paseíllos al amanecer. Volvíamos a ser hombres y mujeres capaces de hacer historia, de ver sólo adversarios donde había enemigos. Volvimos a mirarnos al espejo y a reconocernos. Nos inauguramos y empezamos a cumplir historia, a soñar con esperanzas, a construir el futuro.

Seis millones y muchos de parados. Millones sin ningún ingreso económico. Sanidad y docencia convertidas en negocio. Jubilados reciclados en la angustia de ser viejos. Servicios sociales que han dejado de ser servicios y ni siquiera son sociales. Una legislación laboral diseñada para que el trabajo no sea un derecho, sino el capricho de quien pasa una noche feliz o ha tenido una pesadilla. Emigrando como entonces, como cuando la maleta de cartón atada con una cuerda. Libertades tachadas de nazismo, de filo terrorismo. El miedo como arma para arrinconar contra la pared de la angustia. Tiros de gracia en el pan de los hijos. La desesperanza instalada en los pulmones de la vida para que la asfixia sea la forma de respirar la pobreza más humillante. Tronchado el futuro para que deje de ser imán del presente. Besos enterrados para que se agrieten los labios. Amor triturado para abortar la creación. Mañana que no es mañana porque no hay tiempo ni para ser hoy.

Nos hemos quedado sin pechos, sin caderas, sin muslos. Se han helado los besos. Hemos olvidado las caricias. Tenemos que ser putas. Sólo nos queda ser putas.

 

 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estimado Sr: Después de haber leído sus artículos "La propiedad de la palabra" y "Bendito el fruto de tu vientre", me gustaría compartir con Vd. una serie de ideas que relacionadas con la filosofía constituirían la base de las modificaciones que en lo económico considero debemos abordar en nuestra sociedad.
Saludos
de Gregorio