SI, QUIERO
S
puso de pié sobre el mundo. De puntillas, para alcanzar la luna. Ante el espejo
su madre le dijo: “eres una emperatriz” Acarició sus caderas como el ecuador
más hermoso y miró la existencia por encima de su orgullo de novia blanca. Por última vez novia. Esposa
más tarde. Desnuda de noche, abrazada al día más feliz de su vida, ante la
noche con más estrellas.
Chaqué
para su elegancia. Por última vez novio.
Esposo dentro de poco. Desnudo de noche, ante el asombro asombrado de aquella
mujer con el alma entreabierta, con veinticinco años boca arriba, con los besos
sembrando los cielos de las bocas hambrientas.
Te
quiero y te querré siempre hasta que la muerte nos una en el amor absoluto. De
la mano y entre aplausos, iniciando el camino, el proyecto, el futuro. Un día
se les despeñó el corazón, se fracturó la eternidad, se hizo cansancio la
desnudez, se ahogaron las promesas. Les escoció el alma, se bifurcaron los
caminos y se fueron despidiendo poco a poco. Esta alegría para ti. Esta pena
para mí. Se repartieron la vida, el tiempo, las promesas y aquel proyecto
truncado. Cada uno regresó a su soledad como a un refugio de invierno, orfanato
primitivo, campamento base lejos de tanta altura con vértigo.
El
Foro de la Familia, una unidad de destino en lo universal, quiere que blindar
la perpetuidad del matrimonio con un código civil que anude para siempre ese
amor original con el que hombre y mujer, (SOLO hombre y mujer) se unen en
matrimonio. Dicen sus fieles que nacen del cristianismo (a lo mejor de una
legislación eclesiástica, que no es lo mismo), de la tradición de la Iglesia (a
lo mejor hay que distinguirla del mensaje evangélico). El sacramento –dicen-
une hasta que la muerte separa.
Me
sabe esta visión a anquilosamiento, a cosificación. El ser humano es siempre
apertura. Y cuando nos empeñamos en hacerlo hermético lo destruimos. Lo humano
es lo inabarcable, lo abierto, lo proyectado, lo que sabe distinguir entre
futuro y por venir, entre espera y esperanza. Y esos que se empeñan en
guarecerlo de la intemperie no sabrán nunca de la hermosura de la luz al
descampado, de la aventura de ser, de la tarea de existir.
Estoy
dispuesto a respetar las ideas religiosas (no confundir con cristianas) que
llevan a muchos a ir de la mano hasta la eternidad. No me admira esa decisión,
pero la acepto. Uno ha visto mucho llanto, mucho sufrimiento, mucho corazón
pisoteado que disfraza de amor lo que es simple duración, rutina, costumbre y
desperdicios de una vida a dos. Por eso
me parece que no tiene derecho a pedir Benigno Blanco y su comitiva la
inclusión en el Código Civil de un articulado que ate a las parejas y las
obligue a comprometerse para siempre sin posibilidad de ruptura alguna, es
decir, que se imponga la unidad sin capacidad de divorcio o separación. Este
empeño de mezclar lo religioso con lo civil es de una torpeza antropológica que
estremece. La padece la jerarquía eclesiástica que supo imponerla en los
tiempos de la dictadura y que no se resigna a una vivencia civil en tiempos de
libertad. Todo lo que se haga fuera del derecho canónico (que algunos se empeñan
en confundir con el evangelio) es condenable y hay que esforzarse por
reconducirlo al terreno de lo sagrado. La vida está ahí, sin necesidad de ser sacralizada,
incluso repudiando su sacralización. Esta contínua y pertinaz imposición del
episcopado y de ciertos seguidores mitrados resulta inadmisible. Tenemos una
Constitución no confesional que no tiene por qué verse influida por una visión
religiosa por más respetable que ésta sea. La independencia de la conciencia
está garantizada por nuestra decisión de vivir una laicicidad sin sentirnos
anatematizados por ninguna legislación canónica.
Para
vivir con Dios hay que saber vivir sin él. De lo contrario, Dios se convierte
en un refugio de cobardes, en un chiquero de los que no se atreven a
enfrentarse a solas con la cornamenta de la pena, del dolor, de la muerte.
Respeto, siempre. Injerencia, nunca. Derecho canónico por un lado para quienes
decidan libremente vivir a las órdenes de su normativa. Código civil por otro.
Matrimonio homosexual, heterosexual a elegir. Porque el amor es un derecho universal
y no puede cuadricularse, porque el sexo es libertad asumida y ejercida.
Lo
tuvo claro Unamuno: “De los buenos cristianos, líbranos, Señor”
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