POPULISMO
Se
trata tal vez de una definición muy elemental. Consiste más o menos en decirle
al pueblo lo que el pueblo necesita oír para emerger de sus acuciantes
problemas y atraer de esta forma el voto de los electores o afianzar la
adhesión si ya se está en el poder. Europa tiende a llamar populistas, en el
sentido más despectivo de la palabra, a ciertos mandatarios latinoamericanos
señalando como exponente máximo al desaparecido Chávez. ¿Incluidos en este
desprecio van los logros sanitarios, educacionales, de reparto de bienes, de
alfabetización.? El populismo de esos líderes latinoamericanos se reduce
malintencionadamente a palabras huecas sin cumplimiento alguno de promesas.
Todo se resuelve en un discurso hueco, halagador de oídos ingenuos, destinado a
engañar explícitamente al auditorio.
Hugo
Chávez ha muerto y no es mi intención hacer un panegírico de su labor
presidencial. Pero tampoco denigrarla. Hay voces siempre dispuestas a magullar
el quehacer histórico de mandatarios que no visten de Armani, sino que nacen de
una pacha mama fecunda y abrigan sus rasgos noblemente indios con ponchos
multicolores de orgullo étnico.
A
ese llamado populismo se le suele desnudar de toda realidad y se le obliga a
entrar en conflicto con la realidad de lo enunciado como promesa
permanentemente incumplida. Queda reducido a una forma conscientemente
engañosa, palabra-trampa, señuelo-anzuelo que sólo pretende la pesca que
conlleva la muerte de quien lo asimila para alimentar así otros horizontes
ajenos a la necesidad del hambre de quien se aventura a depositar su entrega.
El populismo es la espalda de la verdad, la traición al rostro hermoso de la
palabra plena de contenido, de sinceridad y de futuro.
Latinoamérica
está viva. Ha sabido enfrentarse decididamente a un capitalismo feroz que está
rompiendo el bienestar del mundo europeo. Sus líderes han desenmascarado la
estrategia del coloso del norte, le han mantenido la mirada al Fondo Monetario
Internacional, han reclamado el derecho a ser los dueños de sus propias
energías y materias primas, han nacionalizado empresas que nunca debieron estar
en manos extranjeras. América del Norte y Europa esgrimen entonces el término
populismo, lo vierten sobre las decisiones de los líderes, lo chorrean como
aceite caliente que levanta ampollas en los mercados, en los grandes monopolios
y se culpa a esas iniciativas de todos los males que aquejan al resto de una
humanidad que se cree con derecho a un colonialismo económico. Y ya está. El
populismo, en su sentido más pobre e infame, es el que ocasiona la rupturas de
contratos, el decaimiento de tratados, la apropiación inesperada de unos
beneficios que se auguraban seguros hasta dentro de una eternidad.
Hemos
quedado en que el populismo es una estrategia nefasta para atraer el voto de
los electores o el apoyo de los ciudadanos una vez llegados al poder. ¿Es sólo
una prerrogativa de gobiernos de baja estofa, un tanto primitivos, sin
adecuación a las reglas de los gobiernos modernos?
Pero
a estas alturas del planteamiento me caben muchas preguntas. Prometer acabar
con el paro o por lo menos crear tres millones de puestos de trabajo, empeñar
la palabra en no subir los impuestos, adecuar las pensiones, mejorar los
servicios sociales, poner en práctica una justicia más distributiva, desarrollar
la educación, la investigación, mantener una sanidad envidia de los países que
nos rodean, facilitar vivienda a los sin techo, procurar una justicia gratuita,
rápida, universal, que paguen fiscalmente los que más tienen para nivelar la
vida de los que tienen menos, concebir la política como un servicio, tener
predilección por los dependientes y más pobres de la sociedad, ayudar a la
construcción de un mundo más humano y humanizante, no inyectar dinero a bancos
mientras la ciudadanía lo necesite, no permitir que poderes dominantes de
Europa nos dicten orientaciones o modelos económicos que conlleven
empobrecimiento nacional, no admitir directrices que rompan nuestro estado de
bienestar, eliminar la corrupción…
Hemos
oído esto hace muy poco. Todavía están los ecos de esas promesas colgados de
las paredes de nuestras calles. ¿Los mercados, la herencia recibida, la deuda,
la caída de la banca, la burbuja inmobiliaria, la prima de riesgo, la crisis,
la coyuntura mundial, el encarecimiento de las materias energéticas, la miopía
de los que precedieron en el gobierno, el déficit acumulado, la imposible
sostenibilidad de las pensiones, de la sanidad, de la educación, el aumento de
la edad de vida…?
¿Y
si todo hubiera sido el mismo populismo que algunos creían patrimonio de
gobiernos de tercera, arropados en ponchos de colores?
No hay comentarios:
Publicar un comentario