martes, 12 de marzo de 2013


POPULISMO



Se trata tal vez de una definición muy elemental. Consiste más o menos en decirle al pueblo lo que el pueblo necesita oír para emerger de sus acuciantes problemas y atraer de esta forma el voto de los electores o afianzar la adhesión si ya se está en el poder. Europa tiende a llamar populistas, en el sentido más despectivo de la palabra, a ciertos mandatarios latinoamericanos señalando como exponente máximo al desaparecido Chávez. ¿Incluidos en este desprecio van los logros sanitarios, educacionales, de reparto de bienes, de alfabetización.? El populismo de esos líderes latinoamericanos se reduce malintencionadamente a palabras huecas sin cumplimiento alguno de promesas. Todo se resuelve en un discurso hueco, halagador de oídos ingenuos, destinado a engañar explícitamente al auditorio.

Hugo Chávez ha muerto y no es mi intención hacer un panegírico de su labor presidencial. Pero tampoco denigrarla. Hay voces siempre dispuestas a magullar el quehacer histórico de mandatarios que no visten de Armani, sino que nacen de una pacha mama fecunda y abrigan sus rasgos noblemente indios con ponchos multicolores de orgullo étnico.

A ese llamado populismo se le suele desnudar de toda realidad y se le obliga a entrar en conflicto con la realidad de lo enunciado como promesa permanentemente incumplida. Queda reducido a una forma conscientemente engañosa, palabra-trampa, señuelo-anzuelo que sólo pretende la pesca que conlleva la muerte de quien lo asimila para alimentar así otros horizontes ajenos a la necesidad del hambre de quien se aventura a depositar su entrega. El populismo es la espalda de la verdad, la traición al rostro hermoso de la palabra plena de contenido, de sinceridad y de futuro.

Latinoamérica está viva. Ha sabido enfrentarse decididamente a un capitalismo feroz que está rompiendo el bienestar del mundo europeo. Sus líderes han desenmascarado la estrategia del coloso del norte, le han mantenido la mirada al Fondo Monetario Internacional, han reclamado el derecho a ser los dueños de sus propias energías y materias primas, han nacionalizado empresas que nunca debieron estar en manos extranjeras. América del Norte y Europa esgrimen entonces el término populismo, lo vierten sobre las decisiones de los líderes, lo chorrean como aceite caliente que levanta ampollas en los mercados, en los grandes monopolios y se culpa a esas iniciativas de todos los males que aquejan al resto de una humanidad que se cree con derecho a un colonialismo económico. Y ya está. El populismo, en su sentido más pobre e infame, es el que ocasiona la rupturas de contratos, el decaimiento de tratados, la apropiación inesperada de unos beneficios que se auguraban seguros hasta dentro de una eternidad.

Hemos quedado en que el populismo es una estrategia nefasta para atraer el voto de los electores o el apoyo de los ciudadanos una vez llegados al poder. ¿Es sólo una prerrogativa de gobiernos de baja estofa, un tanto primitivos, sin adecuación a las reglas de los gobiernos modernos?

Pero a estas alturas del planteamiento me caben muchas preguntas. Prometer acabar con el paro o por lo menos crear tres millones de puestos de trabajo, empeñar la palabra en no subir los impuestos, adecuar las pensiones, mejorar los servicios sociales, poner en práctica una justicia más distributiva, desarrollar la educación, la investigación, mantener una sanidad envidia de los países que nos rodean, facilitar vivienda a los sin techo, procurar una justicia gratuita, rápida, universal, que paguen fiscalmente los que más tienen para nivelar la vida de los que tienen menos, concebir la política como un servicio, tener predilección por los dependientes y más pobres de la sociedad, ayudar a la construcción de un mundo más humano y humanizante, no inyectar dinero a bancos mientras la ciudadanía lo necesite, no permitir que poderes dominantes de Europa nos dicten orientaciones o modelos económicos que conlleven empobrecimiento nacional, no admitir directrices que rompan nuestro estado de bienestar, eliminar la corrupción…

Hemos oído esto hace muy poco. Todavía están los ecos de esas promesas colgados de las paredes de nuestras calles. ¿Los mercados, la herencia recibida, la deuda, la caída de la banca, la burbuja inmobiliaria, la prima de riesgo, la crisis, la coyuntura mundial, el encarecimiento de las materias energéticas, la miopía de los que precedieron en el gobierno, el déficit acumulado, la imposible sostenibilidad de las pensiones, de la sanidad, de la educación, el aumento de la edad de vida…?

¿Y si todo hubiera sido el mismo populismo que algunos creían patrimonio de gobiernos de tercera, arropados en ponchos de colores?


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