GRIS MARENGO
Todavía
la siguen llamando joven. Treinta y tantos años ya, camino de esa edad madura
que embellece las formas, que engalana los ojos, que decora los labios. Pero
algunos se refugian en Rubén, en la juventud divino tesoro, para negarse a
adelantar camino y verla hermosa para amarla sin reparos, con pasión
desbordada, sin miedo a estupros punibles.
Treinta
y tantos años. Aceras con geranios, libertad en las solapas, agilidad para
vivir dándonos la mano, edificando futuro, olvidando un pasado de botas y
sables, de tiros en la nuca, de tapias de cementerios blancos. Democracia
empezamos a llamarle, a estrenar derechos, leyes que protegían sin encorsetar,
capacidad de decidir sin coacción, terminando en amistad lo que fue
enfrentamiento. La guerra terminó en mil novecientos setenta y cinco. La
enterramos en la sierra madrileña, bajo una cruz que ampara a los del bando
bueno. Le bastó a los otros con cunetas camineras, con huesos amontonados en la
solidaridad fecunda de la muerte.
Dicen
que hubo hambre, mucha hambre. Cartillas de racionamiento que hacían del pan,
del aceite, del arroz un corralito cercado de amenazas y estraperlo. Que se
enriquecieron los traficantes de la angustia, los especuladores de estómagos
vacíos, los delincuentes de misa de doce. Dicen que el miedo encarcelaba la
libertad de expresión, de pensamiento, de comunicación. Dicen que se
desconfiaba del que tomaba café cerca de ti. El vecino del cuarto era tal vez
de la político-social. Cuando alguien gritaba su dolor era un enviado de Moscú.
Las reuniones culturales, hordas judeomasónicas. Reinaba el Sagrado Corazón, se
atacaba la moral del régimen acariciando los pechos de la novia, los obispos
dictaban las leyes en un pseudo parlamento y la Plaza de Oriente era la urna
grande que aclamaba al caudillo como mesías victorioso, ungido por el papa de
Roma, palio que amparaba la cruzada santa que derrotó al marxismo imperante.
Presos de carabanchel, disparos al amanecer, ejecuciones bendecidas con tiros
de gracia e indulgencia plenaria.
Existió
esa España en blanco y negro. Plomo oscuro. Mediterráneo de luto. Montes de
muslos opacos. Sol de camisa azul marino. Prietas las filas, Montañas nevadas.
Pañuelos de recuerdo eterno por los que cayeron por Dios y por España. Mujeres
preñadas de nostalgias. Silencio al atardecer calentando vidas uniformadas. Y
aquella luz de El Pardo, vigía de Occidente, como un candil siniestro. Aquella
España era España de vencedores y vencidos hasta que terminó la guerra en mil
novecientos setenta y cinco, veinte de noviembre.
Y
aquel día nació la democracia. Había sido soñada, deseada como una amante para
siempre. Pensar, escribir, leer. Hermano el enemigo. Un parlamento ancho como
una plaza grande de pueblo. Ciudadanos los que fueron súbditos. A caminar.
Despacio, para que no se rompiera entre las manos. Carrillo y Fraga, Felipe y
Marcelino Camacho, Redondo y Fernando Suárez, Moncloa y Zarzuela. Treinta y
tantos años. Algunos la siguen llamando la joven democracia.
Fue
otro estilo. Luchamos por una vivienda. Los jubilados tenían derecho a serlo y
a vivir el gozo etimológico de su vejez. La enfermedad estaba amparada por una
sanidad universal. El amor era patrimonio del corazón y no sólo del sexo. Ser
mujer era un derecho y el cuerpo una propiedad irrenunciable. El techo, el trabajo
se reconocieron eran una tarea para todos. Supo el pueblo lo que era bienestar
y ser dueños de aquella parcela.
Hoy
hay seis millones de parados. Tres millones de españoles están bajo el umbral
de la pobreza. Se instala una sanidad para ricos y casas de socorro para
pobres. La enseñanza para quien pueda pagarla. Se les hurtan a los funcionarios
sus pagas extraordinarias. Se priva de un techo a cientos de familias. Se
suicidan algunos porque no quieren entregarse al egoísmo bancario. Se le llama
terroristas a los que exigen sus derechos. Los antidisturbios son más
importantes que los mecánicos. Se sustituye el trabajo por el despido. No se
indemniza, se da una limosna como recuerdo. A los dependientes se les niega una
mano que empuje la silla. Se suprimen tratamientos, vacunas, asistencia
sanitaria porque son caros. La ciudadanía es un déficit, una prima de riesgo, una
balanza de pagos. Los del pincho de tortilla deben pagar la langosta de
algunos. Gallardón expropia a la mujer de su cuerpo. Fátima Báñez prefiere
rezarle a la Blanca Paloma que exigirle colaboración a la CEOE. Montoro proclama
una amnistía para los bárcenas mientras indaga el IVA de un comerciante de
alpargatas.
España
ha perdido color. Vamos camino de aquel tiempo. A lo mejor estamos ya en él.
Gris marengo pero con corbata. Descolorido país. Oscuro nuevamente. Nuevamente
triste como entonces. Cuando todos somos ETA porque algunos no saben vivir sin
un terrorismo por lo menos venial.
Nos
están secuestrando la alegría. Otra vez el plomo gris marengo de la tristeza.
Otra vez el ayer cuando estaba prohibido existir con dignidad en los ojos.
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