EL
TERROR LLEVA CORBATA
Los
españoles sabemos mucho de esto. Fueron tiros en la nuca. De gracia, les
llamaban. Cuarenta años con las pistolas en las sienes, siempre dispuesta la
recámara a crujir un cerebro. Años de cunetas, de tapias de cementerios
blancos, de amaneceres chorreados de orfandad, de viudedad, de soledad para
siempre encerrada en pañuelos negros, en delantales negros, en almas para
siempre negras.
Después
vinieron el plomo oscuro para matar a un concejal que llevaba el pan caliente,
recién comprado. Los Ordoñez, Los Miguel Angel, Las Irenes. Los sin nombre. Y
otra vez las aceras chorreadas de dolor, de ausencias, de distancias infinitas.
El
se murió en su cama una mañana que ya es una mañana cualquiera. No la registra
la historia porque la historia se desentiende de quien la fusila por la
espalda. Otros se subieron a una máscara infame y dijeron que nos perdonaban la
vida, que nadie les ganaba a chulería, que podían emplear el tiempo en sacarle
brillo a las metralletas.
Nos
brotó la alegría entre los ojos y nos pusimos a disfrutar la luz como quien se
come una primavera. Fuimos ejerciendo derechos, libertades, sembrando
igualdades como un trigo rubio y bueno. Ibamos haciendo camino, regando ilusiones,
abonando futuro para cuando viejos, para
cuando enfermos, para cuando nos
besásemos los labios y apretáramos los cuerpos sobre sábanas de sábado limpio..
Pero
siempre hay terroristas agazapados, con la sonrisa macabra de quien disfruta comiéndose
la pena del otro, las lágrimas del otro, la desesperanza del otro. Y lo llaman
crisis. Pero es terror. Disparan desde el anonimato, desde el escondite de sus
corbatas de seda y mocasín italiano, desde los sitiales del orgullo, desde las
volutas del caviar robado a los pobres del mundo. Terrorismo fino, elegante, de
avión particular, de reverencias exigidas, de espaldas dobladas porque el
látigo amenaza, porque el miedo se atornilla en las conciencias, porque saben
el sitio exacto donde duele el hambre, la miseria, la angustia.
Vivimos
asustados. El terror siempre afloja los esfínteres. Porque es terror. En otro
tiempo teníamos el valor de llamar terrorismo a un gobierno dictatorial, a
quienes se apostaban en las esquinas de la vida. Salíamos entonces a la calle y
mataban obreros y nos mataban cuando las manos blancas. Hoy salimos a la calle
y nos llaman filoetarras y nazis. Nos han robado la vivienda, la sanidad, los
derechos, el trabajo, la dependencia. Nos dicen que es imprescindible rebajar
los salarios, las pagas, las pensiones. Que te mueras si no tienes para copagar
la quimioterapia, que te mueras si nadie puede empujar tu silla o cocinarte una
sopa caliente, que te mueras a la intemperie si no tienes para pagar una
hipoteca plagada de ilegalidades. Y Europa que exige y Bruselas que exige y
Alemania que exige. Y la gente se suicida porque le vienen a robar el techo. Y
se tiran por un puente porque no aguantan el dolor de un cáncer. Y se despeñan
por la angustia porque ya no tienen esperanza. Y se muere de asco la petanca. Y
se muere la pena de tanta pena, penita, pena. Y unos cuantos sonriendo mientras
contemplan la lengua del sometido a garrote vil.
Esto
no es una crisis. Esto es terrorismo puro de unos pocos frente a una
muchedumbre colocada contra el paredón. Que se amontonan los cadáveres. Que no
da tiempo a enterrar tanto cuerpo, tanta desesperación, tanto vómito. Y ellos
siguen ahí, regocijándose, admirándose de su propia capacidad de matar, de
exigir sin límites. Que el mundo del trabajo se quede sin derechos, sin
salarios, sin descanso, sin tiempo para encerrarse en el vientre caliente del
amor. Y cruje el látigo del miedo. Y el que no se someta, sufrirá los azotes,
esos que abominamos de los países con vivencia de fanatismo. Aquí tenemos el
fanatismo de la moneda, del déficit, de la prima de riesgo, de los mercados.
Y
ahí está el sometimiento, el miedo de unos gobiernos que están siempre
dependiendo de las órdenes del comando-jefe para disparar contra los objetivos
marcados. Maten la educación. Disparen contra la sanidad, contra los que
necesitan de alguien para meterse en la ducha, contra las ayudas a mujeres
maltratadas para que no tengan otro remedio que permanecer junto a sus maridos
hasta que la muerte las separa, contra los más débiles porque los a los
mercados, a los bancos sólo tienen acceso los más fuertes. Y los gobiernos
disparan y van apartando cadáveres y proclamando que obedecen órdenes, que sus
metralletas están cumpliendo los objetivos programados, que están orgullosos
del futuro que están creando, del terrorismo que están ejerciendo.
No
quiero un pañuelo en los ojos. Que alguien me dé un cigarrillo. El asco lo
pongo yo. No disparen. Ahorren balas. Pueden ayudarles a seguir matando.
Disfruten. Ustedes, los terroristas, son así. Algún día los pobres tendrán la
palabra y la palabra es siempre más creadora que las metralletas brillantes.
Para entonces estaré muerto, pero a lo mejor crezco entre los trigales.
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