jueves, 16 de mayo de 2013


EL TERROR LLEVA CORBATA




Los españoles sabemos mucho de esto. Fueron tiros en la nuca. De gracia, les llamaban. Cuarenta años con las pistolas en las sienes, siempre dispuesta la recámara a crujir un cerebro. Años de cunetas, de tapias de cementerios blancos, de amaneceres chorreados de orfandad, de viudedad, de soledad para siempre encerrada en pañuelos negros, en delantales negros, en almas para siempre negras.
Después vinieron el plomo oscuro para matar a un concejal que llevaba el pan caliente, recién comprado. Los Ordoñez, Los Miguel Angel, Las Irenes. Los sin nombre. Y otra vez las aceras chorreadas de dolor, de ausencias, de distancias infinitas.
El se murió en su cama una mañana que ya es una mañana cualquiera. No la registra la historia porque la historia se desentiende de quien la fusila por la espalda. Otros se subieron a una máscara infame y dijeron que nos perdonaban la vida, que nadie les ganaba a chulería, que podían emplear el tiempo en sacarle brillo a las metralletas.
Nos brotó la alegría entre los ojos y nos pusimos a disfrutar la luz como quien se come una primavera. Fuimos ejerciendo derechos, libertades, sembrando igualdades como un trigo rubio y bueno. Ibamos haciendo camino, regando ilusiones, abonando futuro para  cuando viejos, para cuando enfermos, para  cuando nos besásemos los labios y apretáramos los cuerpos sobre sábanas de sábado limpio..
Pero siempre hay terroristas agazapados, con la sonrisa macabra de quien disfruta comiéndose la pena del otro, las lágrimas del otro, la desesperanza del otro. Y lo llaman crisis. Pero es terror. Disparan desde el anonimato, desde el escondite de sus corbatas de seda y mocasín italiano, desde los sitiales del orgullo, desde las volutas del caviar robado a los pobres del mundo. Terrorismo fino, elegante, de avión particular, de reverencias exigidas, de espaldas dobladas porque el látigo amenaza, porque el miedo se atornilla en las conciencias, porque saben el sitio exacto donde duele el hambre, la miseria, la angustia.
Vivimos asustados. El terror siempre afloja los esfínteres. Porque es terror. En otro tiempo teníamos el valor de llamar terrorismo a un gobierno dictatorial, a quienes se apostaban en las esquinas de la vida. Salíamos entonces a la calle y mataban obreros y nos mataban cuando las manos blancas. Hoy salimos a la calle y nos llaman filoetarras y nazis. Nos han robado la vivienda, la sanidad, los derechos, el trabajo, la dependencia. Nos dicen que es imprescindible rebajar los salarios, las pagas, las pensiones. Que te mueras si no tienes para copagar la quimioterapia, que te mueras si nadie puede empujar tu silla o cocinarte una sopa caliente, que te mueras a la intemperie si no tienes para pagar una hipoteca plagada de ilegalidades. Y Europa que exige y Bruselas que exige y Alemania que exige. Y la gente se suicida porque le vienen a robar el techo. Y se tiran por un puente porque no aguantan el dolor de un cáncer. Y se despeñan por la angustia porque ya no tienen esperanza. Y se muere de asco la petanca. Y se muere la pena de tanta pena, penita, pena. Y unos cuantos sonriendo mientras contemplan la lengua del sometido a garrote vil.
Esto no es una crisis. Esto es terrorismo puro de unos pocos frente a una muchedumbre colocada contra el paredón. Que se amontonan los cadáveres. Que no da tiempo a enterrar tanto cuerpo, tanta desesperación, tanto vómito. Y ellos siguen ahí, regocijándose, admirándose de su propia capacidad de matar, de exigir sin límites. Que el mundo del trabajo se quede sin derechos, sin salarios, sin descanso, sin tiempo para encerrarse en el vientre caliente del amor. Y cruje el látigo del miedo. Y el que no se someta, sufrirá los azotes, esos que abominamos de los países con vivencia de fanatismo. Aquí tenemos el fanatismo de la moneda, del déficit, de la prima de riesgo, de los mercados.
Y ahí está el sometimiento, el miedo de unos gobiernos que están siempre dependiendo de las órdenes del comando-jefe para disparar contra los objetivos marcados. Maten la educación. Disparen contra la sanidad, contra los que necesitan de alguien para meterse en la ducha, contra las ayudas a mujeres maltratadas para que no tengan otro remedio que permanecer junto a sus maridos hasta que la muerte las separa, contra los más débiles porque los a los mercados, a los bancos sólo tienen acceso los más fuertes. Y los gobiernos disparan y van apartando cadáveres y proclamando que obedecen órdenes, que sus metralletas están cumpliendo los objetivos programados, que están orgullosos del futuro que están creando, del terrorismo que están ejerciendo.
No quiero un pañuelo en los ojos. Que alguien me dé un cigarrillo. El asco lo pongo yo. No disparen. Ahorren balas. Pueden ayudarles a seguir matando. Disfruten. Ustedes, los terroristas, son así. Algún día los pobres tendrán la palabra y la palabra es siempre más creadora que las metralletas brillantes. Para entonces estaré muerto, pero a lo mejor crezco entre los trigales.



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