APOLOGIA DEL TERRORISMO
Escribo un seis de enero. Todavía andan por ahí los
Reyes Magos tomándose un chocolate con churros para despegarse del cansancio
que provoca la magia. Los niños estrenan el asombro de la inocencia y los
mayores aparcamos por unas horas la falta de trabajo, la hipoteca y la amenaza
del jefe.
Seis días del año nuevo. El país cubierto de tormenta
política. El gobernador que lo gobierne buen gobernador será. Pero por ahora
todo depende de pactos, de conversaciones mezcla de acuerdos y puñaladas, de
sonrisas que se clavan en los ijares de los aspirantes a una presidencia, a un
puesto en el Congreso de los diputados con table, móvil y cartera del piel.
Seis días del año nuevo y dos mujeres asesinadas por
esos labios que las colmaron de besos, esas manos que acariciaron su piel, ese
macho (lo de hombre está por verse) que colaboraría para traer al mundo
sonrisas de niños hermosas como juguetes de reyes magos.
Las trece rosas de entonces crecieron hasta hacerse
ramo de cincuenta y tantas en 2.015. Los años se superan en un sprint de
sangre, de odio, de fusilamientos al amanecer. Porque el tirano (lo de hombre
está por verse) sigue ahí, clavando frustraciones, proyectando en la madurez
gritos aprendidos de padres que mataron la cálida voz de la madre. Y matan. Y
la sangre de mujeres de todas las edades se vuelve coágulo morado ante la
mirada de unos chavalines para siempre huérfanos que cada comunidad autónoma
guardará en el equivalente a los hospicios de entonces. Ahora no son generales,
ni generalísimos por la gracia de Dios. O sí, un poco sí, porque hay príncipes
de la Iglesia que comprenden y disculpan el cuchillo que acaba con la sangre de las mujeres
derramada en la cocina, en el salón, en la cama del amor. Caía entonces sobre
los ladrillos de una prisión humillante, contra las tapias de un amanecer o en
las cunetas de las afueras de un pueblo. Para ella no terminó la guerra ni la
más dura dictadura. Quedan quipos que animan a que demuestren que los hombre de
nuestra patria, son machos, muy machos.
Dos mujeres estampadas contra la muerte. Los gobiernos
dispuestos a suscribir un pacto para evitar ese desgarro. Como si los pactos
garantizaran la imposibilidad de un crimen. No aportan dinero, medios, prevención
eficaz. Aportan pactos que son gratis y que se rubrican con una copa de vino
español y unos langostinos. No se trata de educar en el amor, el respeto, la
visión de igualdad. Se trata más bien de firmar pactos ante las cámaras de
televisión para que el pueblo tranquilice sus conciencias. Nadie podrá en
adelante culpar a los políticos de la falta de medios para evitar la sangre
inocente. Ellos han firmado un pacto, nada menos que un pacto.
Braulio Rodríguez es el arzobispo católico de Toledo.
Hago hincapié en lo de católico, porque se supone que es discípulo de quien
supo dar la vida por sus amigos, fue cercanía de los pobres, comprendió que Magdalena era
una mujer que había perdido la memoria del corazón, y se acercó al dolor porque sólo de los que
sufren es el reino de los cielos. Pues resulta que este arzobispo católico,
como su compañero el de Córdoba, como el de Valencia y como una gran parte del
episcopado español ha llegado a la conclusión de que “la mujer recibe la muerte
de manos de un hombre porque ella no cumple los deseos de éste y porque pide el
divorcio de un marido que la desprecia y maltrata” y porque la mujer está destinada a la
limpieza, la plancha, la comida y la apertura de piernas cuando el sultán lo
desee.
Que figuras relevantes del episcopado español culpabilicen
a las mujeres de sus propias muertes, que “comprendan” ese feminicidio y que
hasta cierto punto justifiquen esos crímenes, me parece que es una evidente
apología del asesinato y que como tal deberían caer sobre ellos las mismas
penas que recaen sobre cualquier otro ciudadano. Cincuenta y tantas mujeres
muertas en el 2.015 es obra de auténticos terroristas. Comprender, disculpar y
hasta casi justificar semejante derramamiento de sangre es propio de grupos
terroristas organizados. Y en consecuencia la ley no puede exculpar a nadie con
el argumento de la libertad de expresión (de la que no gozan otros ciudadanos),
ni porque la Iglesia tiene sus propios criterios.
Que nadie me tache de anticlerical. Y que nadie
confunda jerarquía y cristianismo.
Me duelen las mujeres como me duele la primavera
destruida por la embestida de una tormenta injustificada.
1 comentario:
Un poco tarde desde la publicación de este artículo, que ahora leo, al que no puedo estar más de acuerdo. Gracias Rafael por su recopilación de sentimientos.
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