Anduve despacio por tu cuerpo,
entorrnados los ojos, las manos asombradas.
Anduve por los montes de tu piel
hasta las ingles del alma.
Se me abrieron tus besos como lunas,
tu carne lorquiana de agua clara.
Se me quedó el silencio de tu voz
en el silencio azul de mi palabra.
Siempre voy a tu nombre y a tu cuerpo,
embistiendo tus huellas alejadas,
tus pechos planetarios,
tu vientre orbital
y tu boca de trigo y esperanza.
Aquí, junto a tu orilla,
en tu hierba, mujer, y en tu almohada,
apoyaré el cansancio de ser hombre,
de tanta noche solo, de tanta madrugada.
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1 comentario:
Siempre me había preguntado cómo alguien cuya prosa, de argumentos contundentes, no olvida nunca la belleza de la forma, no se atreviera con la poesía.
Como siempre,un gusto leerle.
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