RAJOY PERDIO LA NIÑA
No he sido fiel al título primitivo. Yo quería decir
que Rajoy ha sufrido un aborto, pero me resultaba raro porque me da la
impresión que al presidente se le ha retirado la regla, es decir, que ha
perdido el norte de sus promesas electorales, que ha dejado pasar el tiempo,
que el estrés del FMI, de los rescates, las privatizaciones, los bancos que han
chupado la sangre del país, la reforma laboral, Bárcenas como resumen de una
corrupción global, que Floriano, Cospedal, Valencia, Púnica, Aguirre, sobres, etc.
no le han permitido dedicarse en cuerpo y alma al ciclismo, a la roja (vaya
nombre), al Marca. Y todo eso ha hecho que pierda a la niña que llevaba en su
vientre cuando la campaña, cuando las chuches, cuando Pons prometía, cuando
todavía no había tomado conciencia de la herencia que se le venía encima,
cuando aspiraba a gobernar sin tener idea de cómo estaba el país y se tuvo que
enterar después por un telediario de Intereconomía. Y Rajoy perdió aquella niña
a la que quería dar un futuro con educación gratuita, con una sanidad
universal, una dependencia ayudada, un trabajo digno porque los empresarios se
dignificarían y aportarían seriedad a los trabajadores con salarios acordes,
con despidos que duelen menos porque las indemnizaciones tendría el carácter de
dos voluntades que se encuentran y llegan a acuerdos con un abrazo. Porque en
su campaña prometió devolvernos la alegría que nos había robado el pérfido
leonés cuya mujer se llamaba Sonsoles y (habrase visto cosa igual) cantaba en
un coro de ópera o cosa por el estilo.
Rajoy abortó a aquella niña que le había tocado en una
tómbola ferial y con ella había expulsado de sus cuidados maternales a millares
de criaturas. Y fruto de aquella mala gestación, hay medio millón de niños con
los estómagos vacíos. Se acabó el curso escolar. Los comedores se van de
vacaciones. Los padres están en la cola del paro como si de un concierto de
Malú se tratara y los niños andan abandonados, con las barrigas hinchadas,
buscando cáscaras de plátanos en los contenedores o sorbiendo un flan-basura
pasado de fecha, desechado por los grandes almacenes.
Rajoy decidió que los bancos tenían más derechos a
llenar sus barrigas insaciables. Pensó que los empresarios necesitaban despedir
sin mayores argumentos. Los despidos hay que hacerlos, no razonarlos. Y se
fabricaron millones de parados con las consecuencias que entrañan: desahucios,
desesperación, pérdida de ayudas, hambre. Con aquella niña le chorrearon miles
de niños que bebían leche aguada, que comían un bocadillo sin nada dentro, que
ni el chocolate de tierra ni la mortadela posbélicos cuando Franco triunfó e
inventó la cartilla de racionamiento con un litro de aceite, azúcar moreno y
pan negro.
Por ahí andan las ONG pidiendo por las puertas de la
renta, en las pantallas de los televisores, en los medios radiofónicos. Los
bancos de alimentos (no me gusta lo de bancos, suena a blasfemia) Caritas,
gente preocupada por la infancia. Por ahí andan las madres, preñadas de llanto,
pidiendo un plato de fideos, de lentejas, de judías verdes. Guardando la
tortilla francesa para la noche, para que el niño cene algo recalentado después
de jugar con una pelota de trapo como cuando nos aplastaba el general de todo.
Medio millón de niños. Cuando ya nos hemos recuperado
económicamente, cuando creamos cuatro puesto de trabajo por minuto, cuando los
evasores han abonado una miseria para alcanzar la indulgencia plenaria de
Montoro, cuando ya nadie habla del paro, cuando el FMI pide que rebajemos los
sueldos, las pensiones, la inversión (no el gasto) en sanidad y educación,
cuando los empresario piden pagar en especies una parte del mísero sueldo
interprofesional, cuando exigen más libertad para despedir, cuando preconizan
que los sueldos tienen que bajar porque el chantaje de lo tomas o hay otros que
lo harán, cuando más cornás da el hambre.
Medio millón de niños. Un país envidia del mundo por
su crecimiento, modelo de recuperación económica, con una cosecha espléndida de
ladrones por metro cuadrado, cuando los políticos mienten con un cinismo digno
de actores consumados, donde el PIB, la prima de riesgo, las exportaciones son
mirados por el resto de naciones como modelo de todo.
Medio millón de niños, con la melodía siniestra de
tripas vacías, con sopas aguadas porque no da para más la pensión del abuelo,
con mantequilla caducada de contenedores. ¿O es falsa toda esta realidad? ¿Son
populismos de la izquierda radical, demagogia
bolivariana, visiones irreales de la realidad?
¿O será populismo decir que el estado de bienestar
funciona como nunca, que a nadie le preocupa el paro, que no hay desahucios,
que no hay contratos por horas, por días, por semana? ¿Será falso que han
bajado los salarios, que los contratos son todos indefinidos, que no hay listas
de espera, que no hay un niño sin comida?
A Rajoy se le han perdido una niña acompañada del
hambre de medio millón de chavales sin futuro. Una sangría sin coagulante que
la contenga.