TU HAS HECHO ARROZ
Si no me preguntan por qué, les confesaré que me hace
mucha gracia ese anuncio televisivo. Alguien, por la expresión del rostro,
adivina que ese otro ha hecho arroz. Y es que el rostro no es el espejo del
alma. Es el alma misma.
Estamos en campaña electoral. Y quienes aspiran a
convertirse en cargos importantes, van sembrando los plasmas de caras que
llegarán a la alcaldía o presidencia de los ayuntamientos y comunidades de
nuestro país. Y desde la tranquilidad del sofá, el alma brinca porque uno está
seguro de haber visto esos ojos, esa
sonrisa forzada, esos besos a bebés y abrazos a viejos y llega a la conclusión
del asombro televisado: tú has hecho arroz.
Hay caras que son un ayer, ancladas en el ayer, que para siempre serán
ayer. Que son sólo pasado porque nunca tendrán la categoría de llegar a ser
historia.
Los partidos eligen a sus candidatos. Son cobardes. No
apuestan por un futuro, ni siquiera por un presente. Sólo tienen el consuelo
mediocre de lo que debía estar ya en el baúl de los recuerdos. Desentierran
cadáveres. Pero lo realmente hiriente es que pretendan presentarnos esa memoria
infame como renovación recién estrenada, como la primavera de sangre nueva. Y
cualquiera, desde la tranquilidad del sofá tiene que reconocer: tú has hecho
arroz.
Ahí está el alcalde de Valladolid blasfemando contra
las mujeres porque los morritos de una joven ministra, porque cualquiera de
ellas puede arrancarse el sujetador en un ascensor y acusar al edil
vallisoletano del intento de violarla. Ahí aparece Rita Barberá, piel quemada de
fallas valencianas, pero rehecha por
obra y gracia de la cirugía plástica que le practica el cirujano plástico Rajoy cada cuatro años. Y ahí está Esperanza
Aguirre, chantajeando a su jefe de filas, mintiendo miserablemente cuando
afirma que no sabía nada de la púnica, que Granados es un sinvergüenza que ella
no hubiera tolerado a su lado y que si lo tuvo fue por su capacidad de engañar
incluso a ella a quien nadie ha engañado en su vida porque su capacidad de
cazatalentos es mucho más inteligente que su capacidad de que le mientan.
Asegura que ella no elegía a los alcaldes, ni a los altos cargos de su partido
en Madrid, porque ella fue concebida sin mancha de pecado original y que los
agentes de movilidad la trataron como a una etarra pese a que constataron que
ni estaba mal aparcada, ni fue en la Gran Vía madrileña, ni que sacó dinero de
un cajero porque ella es de las que no llegan a fin de mes. Ni siquiera
respetaron a una sexagenaria digna de veneración y agradecimiento ciudadanos
porque ella, y sólo ella, descubrió la
gürtel.
Esperanza Aguirre es como esas mujeres de la gloriosa
historia de España. Murieron hace tiempo, Rajoy quiso enterrarla, pero ella
había resucitado, incorrupta como el brazo de Teresa de Jesús que ayudó a
Franco a mantener a España como la patria de montañas nevadas, anticomunista,
católica y devota de Medinaceli. Y uno ve al ginecólogo de Valladolid, a la
gloriosa enamorada de Camps y a la inocente Esperanza y no tiene más remedio
que decirse para sus adentros: tú has hecho arroz.
Cuando un partido sólo puede presentar cadáveres
descompuestos que apestan a cloaca, es un partido que tiene que acudir al museo
de cera para permanecer para siempre en la misma postura después de someterse a
una taxidermia urgente que evite la descomposición total. Como Islero, como
algunas piezas de caza abatidas por el generalísimo. Que nadie nos hable de
renovación, de futuro abierto a mañana, de promesas de cambios. Que nadie nos
grite que los otros son etarras disfrazados, desfacedores de una democracia que
odian y que terminarán por destruir y que reciben financiación nadie sabe de
dónde. Ni siquiera Eduardo Inda, ese talibán obsesionado con ciertos temas. Que
Rafael Hernando no nos diga de forma chulesca que la sanidad la destruyó el
gobierno anterior. Que Rajoy no nos asegure que a imitación de Aguirre, él no
se enteró de nada, ni siquiera cuando se hacían obras en Génova y se le
llenaban los zapatos de polvo. Uno mira a ciertos políticos, escucha ciertas
voces, le obligan a una fe en misterios como Bárcenas, Camps, que violaron a su
partido sin romperlo ni mancharlo, y termina pensando: tú has hecho arroz.
La ciudadanía, dicen algunos, han perdido el interés
por la política. Una equivocación. Los ciudadanos vuelven la cara a los
políticos porque la visión directa apesta, porque sus rostros tienen cicatrices
reveladoras de maldad contra los más abandonados, porque la mentira huele,
porque algunos desprecian al pueblo, porque lo engañan delante de sus ojos,
porque no admiten la falsedad de sus miradas. Y cuando ahora se les llenan las
bocas de promesas que ciertamente no cumplirán y anatematizan a quienes quieren
reconocer que el pueblo es el único dueño del poder y son ladrones que roban al
pueblo esa democracia para erigirse en señoritos que reparten migajas como
quien hace una gran obra, la ciudadanía busca un rincón para vomitar y
desahogar sus estómago con digestión ácida.
Uno conoce esa piel farisea y no tiene otro remedio
que soltarles en sus rostros: tú has hecho arroz, lo envenenaste y nos has ido
matando poco a poco