jueves, 28 de febrero de 2013


PEPE



Era últimamente Benedicto XVI, pero venía de ser Pepe. Santidad. Eminencia. Excelencia. Padre. Por todos esos nombres pasó el cura, el obispo, el cardenal, el papa. Seguro que en el barrio primitivo de su infancia, mientras pateaba una pelota de trapo, la chavalería le llamaba Pepe o José porque los alemanes son muy serios y les cuadra más la seriedad del José que la banalidad del Pepe.

Benedicto XVI está de regreso. Ochenta y tantos, setenta y tantos, sesenta y tantos. Irá perdiendo la memoria de sí mismo. Papa-Rey. Jefe de Estado. Sumo Pontífice. Vicario nada menos que de Dios. Infalible porque alguien le entregó el monopolio de la verdad absoluta. Capaz de expulsar a teólogos de la liberación, de quemar preservativos que resguardan del sida, de fulminar los avances científicos, destruyendo en nombre del evangelio las células madre, condenando el amor sin arras, la universalidad del corazón enamorado con derecho a amar por el hecho de amar, Reyes a sus pies-zapatos-rojos. Vértebras dobladas para besar el anillo del Pescador. Armas rendidas a su paso de revista a las tropas. Banderas humilladas ante su presencia. Ahora vuelve sobre sí mismo.

Confieso que no he leído ninguna biografía suya. Recurro a la imaginación. Al fin y al cabo todos tenemos casi el mismo comienzo. Nos diferencia la cuna. Nuños que nacen en el barro y se mueren de puro pobres al poco tiempo. Niños de incubadora, de deficiencia, de colores rosados y pulmones abiertos como almendros de primavera. Niños de alta cuna o de sábanas limpias, de enfermeras azules o palangana de matrona de aldea. Pero cualquiera conoce la nomenclatura por la que ha ido pasando este hombre  vestido de blanco.

Fue en el principio José o Pepe. Por parte de padre, de abuelo, de tío materno, por parte de no sé quién. La ordenación sacerdotal le convirtió en Don José. Desempeñó no sé cuántos cargos menores. Y un día el episcopado. Lo subieron a la excelencia. Excelentísimo señor. Eminencia más tarde. Eminentísimo José, cardenal Ratzinger. Príncipe. Porque en la Jerarquía de la iglesia de Jesús, el hijo de un obrero y de una muchacha de pueblo, se ha instaurado una pirámide dicen que indestructible. Con la triple corona del rey que fue. Con los príncipes que dicen son. Constantino al fondo, convirtiendo la cruz en espada, fusionando la pasión del gólgota con armas mortíferas contra herejes, erigiendo la verdad aprovechada de intereses en aniquilación de la libertad, construyendo un imperio paralelo al imperio de los Carlos, los Felipes, los Luises. Se arrinconó al predicador, se despreció a Pedro el pescador y se levantaron catedrales, monasterios, vaticanos como centros de poder. Echó músculo el poder divino y sometió a lo que llamaron el brazo secular.

 Desde el vértice de la riqueza, del poder, de la soberbia que conlleva es difícil mirarle a los ojos a la miseria del mundo, arremangarse en la chabola, compartir hambre y sed. La Iglesia de los pobres no tiene nada que ver con los pobres de la Iglesia. La libertad no se puede encorsetar con el derecho canónico. La teología no tiene por qué anclarse en Tomás de Aquino o Suárez. No se pueden enjaular las alas.

Un día el don, el excelentísimo, el eminentísimo empezó a llamarse santidad. Se transformó hasta su nombre. José se metamorfoseó en Benedicto y se apellidó con números romanos. Quedaban lejos el mundo real, el hambre, las guerras, la miseria, las dictaduras, la opresión. Alguien le habló de inversiones de dinero en armamento, en preservativos, en laboratorios de anticonceptivos. Había que invertir para ayudar a las misiones. El fin justificaba los medios. Era necesario  condenar a los que exigían el regreso de Jesús, a los que querían pensar, a los que urgían a que los pobres fueran los preferidos, a los que suplicaban que la mujer fuera amada como misterio infinito, a los que pensaban que el amor era amor de piel y muslo enamorado. Pero José era Benedicto y fue condenando y expulsando de las fronteras de la Iglesia y tachando de anticristiano todo lo que no convenía a los poderosos de la tierra.

Tal vez esté haciendo un camino de regreso. De santidad a eminentísimo, a excelentísimo, a don, a simplemente José, a limpiamente Pepe. A lo mejor regresa a ser él mismo, el pepe-josé de ayer, al que nunca debió renunciar y menos por los intereses de un dios ajeno al quehacer de la historia.

Hacía tiempo que te echaba de menos. Me he acordado muchas veces de ti. Me alegro de verte, PEPE.

viernes, 22 de febrero de 2013



CUARENTA Y OCHO AÑOS



Cuarenta y ocho años. Lo ha despeñado un ERE edad abajo. Y ahí está, en el hondón de la vida. Como yendo a ninguna parte. Como regresando de ninguna parte. Con la boca llena de besos. Con corazón suficiente entre las ingles. Con caricias crecidas cada noche. Pero aplastada la esperanza, pisoteados los sueños, con el futuro hueco porque ya no es futuro.

España no es una país con seis millones de parados. Es un país detenido. Amputados los pies por eso que dicen déficit, prima de riesgo, crisis. Por esos navajazos que revientan la vida de muchas vidas, el vientre de existencias gris marengo, de andamios con tortilla española y piropo a un culo hermoso, de oficinas ahogadas en corbatas de rebajas, de funcionarios envidiados, de operarias mal pagadas porque la mujer tiene menos derechos, muchos menos, porque ser mujer al fin y al cabo es valer para decorar un despacho o sufrir en silencio como recomendaba Pilar Primo de Rivera o Ana Botella alcaldesa.

Dicen los gobiernos que andan preocupados –mentira- por el primer empleo. Obsesionados –mentira- en crear trabajo juvenil. Volcados –mentira- en iniciativas que pueblen de ilusiones las vivencias de los veinte años. Pero la juventud va por las calles de invierno arropados en el escepticismo, el fracaso que los reyes infames de sus gobernantes les dejaron en su ventana siempre abierta a la esperanza. Y se sienten desahuciados de la vida, lanzados de sus sueños, expropiados del futuro. No creen –no pueden creer- en una sociedad que los manda a Alemania a lavar copas de cerveza, a ser camareros sin idioma, a recoger cuatrocientos euros porque dice la Merkel  -como aquí asegura Rossell- que más cornás da el hambre. Y dicen –mentira- que la juventud es una preocupación que quita el sueño. Mejor precariedad (qué anorexia de lenguaje) que vacío. Ni los gobiernos ni los empresarios admiten que la nada es una hidra con cabezas múltiples.

Cuarenta y ocho años. “Buscamos a alguien más joven” Recursos humanos, le llaman. Nos estamos poblando de palabras falsas. Ni recursos, ni humanos. Lo que buscan es alguien a quien darle de mamar a base de llanto porque no es su hora, que se conforme con una limosna, a quien se le curte con un horario sin descanso, a quien se le asusta en cada esquina con el despido, a quien se le inyecta el miedo porque hay kilómetros de aspirantes a la miseria de entrar a las ocho y salir a las ocho para que no les quede gana ni salario para una cerveza fresca con los amigos del barrio.

Cuarenta y ocho años. Ya le avisaremos. Deje su currículum aquí, donde están apilados tres mil más, tres mil esperanzas, con una voz en cada folio que dice no le avisaremos. Y lo cuarenta y ocho años se va, manos en el bolsillo, subidas las solapas del alma para ocultar el alma, con la pena rebosando, con el asco pegado a las tripas. Cuando vayan a avisarle a lo mejor lo encuentran abierto en dos bajo el Puente de Segovia, porque la desesperación se hincha como un globo y uno termina queriendo volar Giralda abajo. No será un suicidio. Será un empujón de los recursos humanos, del vuelva usted mañana, del ya lo llamaremos. Qué desgracia tener cuarenta y ocho años. Cómo aprieta ese ecuador de la vida. Tan joven. Tan viejo. Tan válido. Tan despojo. Tan vertical. Tan tronchado.

A nadie le preocupan los cuarenta y ocho años. Cuando muerde la hipoteca, cuando la adolescencia de unos hijos exige respuesta porque es pregunta, cuando el matrimonio se ama con la madurez de cada luna, cuando es promesa el mañana, cuando se va muriendo madre y hay que cuidar a padre harto de colesterol de posguerra. Cuarenta y ocho años despreciados por los gobiernos, ensartados por una crisis fabricada con todo lujo de detalles, despedidos después de veinte en una cadena de producción. Cuando acechan los bancos para quedarse con tres dormitorios-cocina-baño que ya te habían robado el día que firmaste ante el director amigo de siempre.

Buscamos a alguien más joven. Ya le avisaremos. Que tenga suerte. Deje ahí su currículum.

Mañana, a lo mejor mañana, nadie tiene cuarenta y ocho años.



viernes, 15 de febrero de 2013


LA PROPIEDAD DE LA PALABRA




La democracia nace ahí, en la palabra. Crece ahí, en la palabra. Muere ahí, en la palabra acallada, maniatada, desposeída. La palabra se hizo calle y habitó entre nosotros. Va por las aceras proclamada, nunca vendida, nunca monopolizada, nunca prostituida. Y engendra verdad de pueblo, soberanía de pueblo, orgullo de pueblo. La recuperamos hace treinta y tantos años. Por ella cambiamos nuestro estado de súbditos, al creador de ciudadanos. Nos engendró libres, autosuficientes, artesanos en la construcción  de futuro.

El país es una calle en pie. Funcionarios, docentes, sanitarios, justicia, jubilados, desahuciados, preferentes, dependientes. La calle es un grito desesperado, un estómago hambriento, un abandono con techo de puente, de cajero con cartones, de hambre con pan de contenedor. Se llama crisis, dicen, mercados, dicen, Merkel, dicen. Y es cirugía sin anestesia, con la carne viva, estremecida, punzada hiriente. Y el pueblo empuja, arremete, exige. Se abrazan hospitales, se circunvala el Congreso, se estrechan los cercos sobre Génova. Plataformas que detienen con sus cuerpos hipotecas asesinas, banqueros rescatados con el hambre de muchos, empresas que juegan con sus trabajadores un juego de vida y siempre ganan. Calle en pie. Grito vertical. Pais oscuro como cuando era oscuro porque la opresión siempre es nube amenazante, tiro de gracia, muerte al amanecer.

Para Rajoy los buenos ciudadanos son los que sufren en silencio en sus casas. Para los delegados del gobiernos todos somos antisistemas, radicales, conspiradores empeñados en manchar al gobiernos con la corrupción, con bárcenas evasores, amnistías que premian delitos, exigencias desorbitadas de derechos laborales. Los ciudadanos tienen que aguantar porque han vivido por encima de sus posibilidades. La cerveza del domingo era un atentado contra la economía, la tortilla del andamio un tiro de gracia para los mercados, la entrada del fútbol una insurrección contra la prima de riesgo. La caña, la tortilla, el fútbol se han cargado el bienestar de un país. Y los enfermos, los viejos, los dependientes son los culpables evidentes de tanta decadencia. No se han muerto a tiempo y ahí están estrujando la España grande y libre siempre soñada, salida de cuarteles antiguos, con galones monárquicos.

Y  aparecen los defensores de las instituciones. El Congreso de los Diputados es la sede de la palabra, dicen. Las urnas les han dado el poder, dicen. Las elecciones les han nombrado  nuestros representantes, dicen. Les hemos entregado la propiedad del poder, de la palabra, de la responsabilidad. Ahí se encierra la democracia, la palabra, la decisión. Y los demás debemos sentarnos en la tranquilidad de la espera porque dentro de cuatro años tendremos el poder de cambiarlo todo, sólo dentro de cuatro años. Hay que ver pasar la historia desde el confort de los balcones. Sin intervenir, sin actuar, regando la delegación del compromiso. Que ellos actúen. Para eso los hemos elegido. El pueblo debe descansar del esfuerzo de las urnas.

Es otra forma de destruir la democracia. La palabra debe triunfar en el Congreso, pero sigue residiendo en el pueblo. El poder de legislar está allí, pero sigue perteneciendo al pueblo. Las decisiones se toman allí, pero siempre deben ser refrendadas por el pueblo. Los poderes no son el retablo donde se luce la plenitud de la democracia. Es siempre el pueblo su dueño, quien la detenta en último término y quien le da contenido. Que nadie se sienta administrador único de esta bella empresa.

Los políticos no deben atribuirse el poder despótico de una mayoría. La mayoría única es el pueblo y el pueblo siempre tiene en su mano la capacidad de interferir cuando una legislación se opone a sus intereses presentes o a sus expectativas de vida. Y que nadie tache de relativismo político esta actitud, sino a una visión dinámica del quehacer político. Todo estancamiento se pudre. La corrupción fermenta en esa posesión unívoca del poder no sometido a la purificación continua de su verdadero gestor.

El pueblo y sólo el pueblo es el verdadero propietario de la palabra.

domingo, 10 de febrero de 2013


BENDITO EL FRUTO DE TU VIENTRE




A los políticos nunca debemos conceptuarlos como la solución exclusiva de los problemas ciudadanos, pero sí como peones avanzados de ese esfuerzo de la totalidad de la ciudadanía para llegar a la cumbre de una democracia donde encontremos la plenitud de la realización de nuestras aspiraciones. Todos debemos sentirnos concernidos en la búsqueda porque la democracia no es nunca una delegación de responsabilidades sino una asunción intransferible de ellas.

La irresponsabilidad de nuestros políticos nos ha llevado a un desengaño democrático altamente peligroso. Las generalizaciones siempre han conducido a la hecatombe vivencial de los pueblos. Últimamente se palpa un interés en desacreditar a la totalidad de los representantes legítimamente elegidos, a los sindicatos, incluso por parte de aquellos que debían permanecer vinculados en unidad de esfuerzos. Ni todos son iguales, ni todos son corruptos. Esas generalizaciones benefician a intereses muy concretos y nunca limpios en su intencionalidad.

Surgen entonces ciertas voces sospechosas y espurias, que invocan la urgencia de una regeneración. Son vientres encinta deseosos de parir caminos limpios, puros, virginales que alumbran sin romperse ni mancharse.

Ahí está esperanza Aguirre. Exige una regeneración y se ofrece a llevarla a cabo. Hay que abrir las listas electorales y devolverle al pueblo el poder que nunca le debió ser sustraído. Enuncia una verdad gritada por el movimiento 15-M,  despreciado por ella cuando era presidenta de la comunidad madrileña. Vomitó los adjetivos más barriobajeros y ofensivos cuando los acampados en la Puerta del Sol exigían lo que ahora ella propone. Despreció a los funcionarios, tachó de vagos a los docentes, vendió la sanidad a capitales privados, entregó colegios al Opus a costa de sustraerlos a lo público, regaló tierras para construir Eurovegas traicionando una legislación impositiva, fiscal, saludable (no fumar en locales públicos). Su presidencia nació de una corrupción llamada “tamayazo”, incubó la perversión gürtel entre sus manos, se aprovechó de millones de euros proveniente de un presidiario llamado Díaz Ferrán, colocó en Bankia a los amigos que la llevaron a la ruina…Y ahora, después de treinta años de vida política, y cuando dice haberse retirado de su primera línea, se da cuenta que lleva en su vientre la regeneración necesaria y urgente para purificarla y devolver al pueblo lo ella y otros muchos le arrebataron.

Aguirre quiso disputarle a Rajoy la presidencia del Partido Popular. No lo consintió Valencia. Pero ahora al presidente le han quitado el mundo de sus pies. La corrupción más rampante y burda, seis millones de parados, el desarme del estado de bienestar, el hambre, los desahucios, el abandono de los dependientes, el empujón de jóvenes a la emigración, la sanidad entregada a capitales privados, el desmonte de I+D, las calles llenas de manifestantes de todos los estamentos, desde la marea blanca a las togas, desde los estudiantes a los jubilados, han conseguido el vértigo de un gobierno que no puede sostenerse en pie a base de que Fátima Báñez invoque a la Virgen del Rocío o de la peineta elegante de María Dolores-corpus-toledano.

Han proyectado hacer del país un tercer mundo y lo han conseguido. Y cuando a la ciudadanía le  duele el estómago por hambre y las aceras se manchan de sangre desahuciada, surgen la emperatriz de Lavapiés, redentora, salvapatrias, como fuego purificador.

Es verdad que estamos urgidos de transparencia. Es verdad que nos sobran Bárcenas y Correas y Gerardos. Es verdad que hay que dejar atrás el lastre de un empresariado que quiere dominar el circo a base de látigo. Es verdad que hay que desprenderse de “mamandurrias” Son verdad tanta verdad acumulada, sentida, anhelada. Pero confiar en el fruto de su vientre corre el peligro de que nos ahoguemos en una hemorragia pútrida.

El pueblo sí está encinta. Fecundado de libertad, de aspiraciones, de contenido salvífico. Bendito tú, ciudadano y bendito el fruto de tu vientre.






viernes, 8 de febrero de 2013


EROTICA



Sabe el ambiente a puñales. Porque los puñales brillan, destilan sangre caliente y salen de la herida dejando atrás el dolor del vientre descerrajado. Y uno, que va camino del amanecer, del primer café de la mañana, del trabajo o la oficina del paro, se topa de frente con ese olor acerado, con ese sabor de doble filo que chorrea por las paredes. Son los puñales colgados, avisos de oscuras tumbas.

Fue en otros tiempos la erótica. Cuando Felipe. Pechos y muslos al aire. Dejó de ser pecado la carne rosa de papel satinado, con gramaje de sexo, erección encuadernada, caricia desnuda sobre cuerpos desnudos. Y andábamos los españoles por las últimas filas de los cines, buscando labios y cinturas y blusas desabrochadas.

La erótica se echó a rodar. Hasta las alfombras persas subiendo escalinatas de Moncloa. Presidente traje a medida. Olvidada la pana porque un presidente debe lucir corbata italiana con zapatos a juego. Bajó del coche oficial la erótica. Presentaron armas los guardias de gala. Las manos presidenciales se entrelazaron con ella y caminaron por amplios salones, por dormitorios de lujuria, por bodeguillas embriagadoras. Y se quedó para siempre. Erótica del poder la llamaron.

Esa erótica es un imán omnipotente. Imposible despegarse de esa atracción ciega que ejerce. Se cuela como un torrente de vino, se instala en los cerebros del alma, inunda los caminos neuronales y se pierde por los vericuetos interiores.

Uno creyó en la vocación política como  servicio brotado y repartido en la voluntad de entrega, de construcción de la ciudad terrenal, de mano tendida a los débiles, de interés en allanar caminos para achicar distancias y conseguir que la sociedad fuera humana y humanizante. Pero sabe a puñales el ambiente, a sangre caliente, a tumbas oscuras entreabiertas.

Se va arrastrando el país por las aceras. Docentes, enfermos, ancianos, funcionarios, sanitarios. No queda un estamento en pié. España repta sobre su propio vientre, sin verticalidad. Sólo horizontalidad humillada. El déficit, la deuda, los mercados, el ibex no sé cuántos aplastan. Y nuestros teóricos representantes dicen que a veces gobernar es infligir dolor, que es muy duro hacer frente a situaciones de crisis y luchar contra corriente. Pero ahí están. Sacrificados, en continuo holocausto, en inmolación perpetua, con la incomodidad  de la incomprensión. Soportando la calumnia de que se financiaron ilegalmente porque todo lo que se dice es falso menos lo que no es falso, con viejos colegas muy queridos armados hasta los dientes, con contabilidades traicioneras, llenas las manos de favores antiguos que ahora son pólvora caliente.

Mariano Rajoy anda oculto, huyendo por los garajes, escondido en el bunker de sí mismo, convertido en plasma para que no le roce el grito del asfalto. No soporta la mirada de Europa, de Merkel. Menos aún la de los ciudadanos exigiendo escuelas, sanidad, justicia social. Pero ahí permanece sin ganar dinero (nos la ha echado en cara) abrazado por erótica al poder, acariciado por saludos marciales, por halagadores rodilla en tierra, por salvas de ordenanza porque es presidente-presidente.

Rajoy sabe de Esperanza. Conoce su habilidad con los puñales. Siente las espuelas en los ijares. Dejó la política para subirse al monte y romper el mar con la cabeza. Destierra a Mato, empuja a Bárcenas y los tira encima del Rajoy aplastado. Está punto de mostrar la cabeza presidencial cortada como un triunfo de caza. Rajoy ha divisado a Gallardón apostado desde hace mucho tiempo en el coto de aspiraciones. Feijóo al noroeste. Soraya coqueteando con P.J. Aznar ha levantado los ojos  de su ombligo y empuja a Ana-alcaldesa a la academia de un foníatra experimentado y a la Real Academia para que le enseñen sujeto, verbo y predicado.

El poder entraña elementos erógenos. Se excitan como ataque y defensa. Son capaces de lealtad y adulterio. Consiguen la simultaneidad del amor y el odio. Esperanza es amante de una contabilidad custodiada en el portafolios de piel de Bárcenas, en el motor de un jaguar, en la primera comunión de un niño vestido de marinero-en-tierra. Regeneración, dice ella. Contra gürtel, dice ella. A lo mejor hay que eliminar hasta el tamayazo, dice ella. No se hizo antes, pero ahora hay que hacerlo porque lo dice ella.

Me da miedo que no sea vocación de entrega, de servicio, de ayuda a nadie. Me da miedo que todo se resuma en una actitud ovárico-testicular. Me estremece que simplemente sea erótica de poder.


sábado, 2 de febrero de 2013


 DIGNIDAD



Me he mirado al espejo apenas levantado. Cabello de almohada hundida. Barba de ayer. Recuerdos desordenados de haber soñado contigo. De besos tal vez, de caricias, de nostalgias. Ese, frente al espejo, también soy yo. Más allá dee mi propia apariencia, soy yo.

Los pueblos también despiertan. Con añoranzas unos. Fraguando revoluciones otros. Conformes o disconformes, casi todos. España se incorporó a la vida no hace mucho, después de una muerte infinita de cuarenta años. Con huellas de muerte. Pisoteada su libertad. Fuera las tripas de tanta cornada de botas y tricornios. Agujereada la vida por tiros en las escápulas. Pero empezó a reconocerse ante el espejo, a verse hermosa de pechos y andares juncales.  Empezó a gustarse a sí misma porque nadie pudo violarla tanto que perdiera la intimidad con la grandeza de su historia.

Desde la podredumbre de una dictadura hicimos camino hacia la luminosidad de la democracia. Le llamamos transición a aquel paso decisivo. Supimos acomodar la cabeza a la postura incómoda de la coyuntura. Fuimos silenciando los sables, oxidando los fusiles, sometiendo las polainas, acostumbrando el cuerpo a la corbata, a la chaqueta civil colgada de un futuro prometedor.

España había perdido mucha sangre, mucha poesía, mucho talento científico. Habíamos enterrado a Federico, a Miguel, a Machado. Mucha tumba sin flores por las afueras. Mucha tapia manchada en los adentros. Mucho pasado con brazalete de luto. Mucho futuro con la esperanza en la solapa. Nos rehicimos porque se había perdido todo menos la dignidad. La dignidad no prescribe.

En dos mil trece estamos. Desde aquel setenta y cinco por noviembre hemos caminado años, muchos años. Con nuestra Filesa, nuestro GAL, nuestra guerra de Irak. Con nuestra corrupción como un eritema sarnoso de posguerra, como una herida sajada en carne viva. Y con nuestros derechos adquiridos a pie de calle. Derechos obreros, de libertad, de amor para amar a quien uno quiere amar, de dignificación siempre inalcanzada de mujer, de libertad amenazada a cada momento y a cada momento reconquistada, de sanidad, de enseñanza, de independencia de un dios concubinamente desposado con el poder, con la manos estrechando la mano de otros pueblos, ensanchando el corazón para que creciera la solidaridad, haciendo que los viejos sean nuestros mayores, sin teocracias, regando las calles de flores laicas para que pase el hombre laico en un corpus-cuerpo enamorado.

Se nos ha venido abajo el orgullo de ser aquí y ahora. Nos están ahorcando el presente y estrangulando el futuro. Desplomando la sanidad, la enseñanza, la vejez, convirtiendo los derecho en delitos, permitiendo que la mujer sólo sea mujer si es madre, vaciando los estómagos, destruyendo los techos, adorando a los bancos, idolatrando a los mercados, aplastando una juventud que ya no será nunca joven, empujando las fronteras para que pasen los desengaños hacia Alemania, Holanda, Bélgica. Como cuando entonces. Con el skype como plaza de encuentro, como beso sin labios, como abrazo sin contacto, como sexo sin caricias. Lo manda Europa, nos dicen. Lo ordena Merkel, nos dicen. Lo exigen los mercados, nos dicen.

Y se nos cuelan los bárcenas, los gürteles, los sobres, los sobresueldos, las financiaciones espurias, los ingresos mohosos, los escoriales con bodas de dior y chanel, de langosta y caviar. Y se nos roba la dependencia, las aulas acristaladas, las ayudas a parados. Se impone el pago del reuma castigado, del enfisema sin ventolín, del hospital rico y la casa de socorro pobre, el cierre de urgencias en los pueblos porque los del pueblo pueden morirse aunque no les convenga. Y se acaba la investigación porque el saber supremo sólo corresponde al dios de siempre, y se suprimen logros esenciales porque resulta que con ellos los pobres se creen con derechos, que dónde se habrá visto, que qué se habrán creido, que desde cuándo son como los ricos.

María Dolores, Floriano, Pons. Que nada es verdad. Que en todo caso todo ha prescrito. Que Mariano no es un violador como dice Luis el cabrón. Que Arenas se ha ganado sus derrotas a pulso, que no se las regaló Correa. Que Camps y Matas van camino de los altares. Que Gallardón es Benedicto con cejas blancas a juego con su alma tasada de toga.

A lo mejor es verdad. A lo mejor ha prescrito la promesa electoral y se ha convertido en frustración todo lo que era esperanza. A lo mejor era todo herencia recibida. A lo mejor era mentira toda la mentira. A lo mejor la verdad era una sombra. A lo mejor la luz era una fosforescencia de cementerio negro.

A lo mejor hemos prescrito como humanos. Pero no. No han conseguido extinguirnos. Todavía nos queda dignidad.