miércoles, 27 de enero de 2010

NO QUIERO SER CALLE

No quiero ser calle. Detesto pertenecer a Javier Arenas, María Dolores Cospedal o Esperanza Aguirre. La derecha ha sucumbido siempre a la tentación de erigirse en propietaria, de adjudicarse la opinión pública y hablar en nombre de todos los españoles. Franco también lo hacía. Y a uno de sus discípulos amados, Fraga, hay que reprocharle aquella usurpación-delito: “La calle es mía” Aznar actuó en muchas ocasiones como si España hubiera sido la herencia legítima de su progenitor político. Por eso se empeñó en “sacarnos del rincón de la historia” metiéndonos en una guerra ilegal cuando la mayoría se manifestaba contra esa decisión tan aplaudida en el Parlamento por el Partido Popular. Rajoy, desde su hipócrita andadura por el Paseo de la Castellana defendiendo a las víctimas del terrorismo hasta su discurso tomates en mano, siempre dice interpretar las aspiraciones de la totalidad. Yo no quiero ser calle.


Javier Arenas, populista sin pueblo, que siempre ha mirado a su alrededor desde la altura de su caballo y la elegancia de su sombrero de ala ancha, aboga ahora por la cadena perpetua haciéndose eco del dolor que a todos nos ha atravesado con las niñas Marta, Mary Luz o Sandra. Escuece que este eterno aspirante a presidir la Junta de Andalucía se aproveche del dolor que estos execrables episodios nos causan en los adentros para reclamar algo que el propio Federico Trillo dejaba claro en 2.008: “En la interpretación más estricta de la Constitución no cabe la pena de reclusión perpetua” Y uno se pregunta: ¿Marta, Mary Luz, Sandra no son unas víctimas de las que se están aprovechando ciertos miembros de la derecha para hurgar en los tuétanos del primitivismo? Yo no quiero ser calle.

En nombre de esa propiedad, Esperanza Aguirre reclama también una cadena perpetua “revisable” Parece que la Presidenta-más-Presidenta necesita utilizar siempre un lenguaje ambiguo y falaz para decir algo que a posteriori puede matizar sin desdecirse. Por lo visto nadie en la Comunidad que ella está a punto de “privatizar” reclama un esclarecimiento de su ascensión al poder apoyada en Tamayo o de los espías-no-espías-simples-previsores-de-seguridad. Nadie reclama una explicación convincente de la generosa entrega de la sanidad a manos privadas con el consiguiente negocio para los beneficiarios de Güemes-Pantén-Consejero. Le basta con decir que los sindicatos están pagados por el gobierno de Zapatero para amargarle sus inauguraciones triunfales. No quiero ser calle

También Cospedal, en nombre de la calle, retoma la perpetuidad encadenada que exhibió cuando de Juana. Y lo aplica ahora a casos que nos llegan al alma. Colocar a Mary Luz, Marta o Sandra al lado de de Juana resulta humillante para todos y debería ser inadmisible para las familias. Pero María Dolores Cospedal grita. Grita contra Yebra, contra Arenas, contra Rajoy a propósito de los residuos nucleares, aunque no admite haber dicho lo que dijo. Grita contra Rubalcaba por unas supuestas escuchas, aunque después no tenga agallas para ratificarlo ante la justicia con pruebas irrefutables. No quiero ser calle.

Durante cuarenta años los españoles fuimos propiedad manoseada, indefensa, prostituída por un dictador abominable. Muchos pasamos gran parte de nuestra vida bajo el dominio absoluto de aquella bota militar. La historia cumplió su misión de balanza. Y mientras una losa de granito serrano aplastaba para siempre el orgullo de un usurpador de libertades fusiladas, resucitaban las aceras sembradas de geranios y alegrías.

Ciudadanos somos. No estamos en venta. No somos mercancía intercambiable. Libres estamos de propiedad hipotecada. Algunos se empeñan en hacer la calle. No quiero, nadie quiere, ser calle pisada y hundida por turbios usuarios.



martes, 26 de enero de 2010

DERECHOS Y DERECHAS

Mariano Rajoy se ha convertido al humanismo. Se ha revuelto contra la burocracia y coloca al ser humano en la cúspide de su jerarquía de valores. El implantó la obligatoriedad del empadronamiento cuando era ministro. Pero eran otros tiempos. Cuando aún no había sufrido la caída del glorioso período del aznarismo, cuando galopaba a lomos de quien sacaba a España del rincón de la historia, cuando consentía en la decisión de invadir Irak y llevaba en la cartera la foto de las Azores como recuerdo del momento más importante de los últimos doscientos años de nuestra historia. Entonces era lógica la necesidad del empadronamiento. Pero la evolución intelectual y espiritual de Mariano Rajoy le ha llevado a colocar el valor de lo humano por encima de todo. Nuestros inmigrantes, por el hecho de ser personas, tienen derechos irrenunciables a la sanidad y la enseñanza y nadie, en nombre de un papeleo infame, puede regatear esos derechos. El empadronamiento decretado por Rajoy pertenece a la época de la estadística como elemento que deja en la sombra la grandeza de lo humano. Este converso arrepentido de su pasado apoya la iniciativa de Vic y Torrejón (que también se han integrado a regañadientes en la legalidad) y proclama que ciertos derechos humanos (quede claro que no todos) deben ser tenidos en cuenta como referentes supremos.


Pero no cabemos todos. Nuestra capacidad de acogida no es infinita. Nuestro egoísmo, sí. Y por eso los inmigrantes deben firmar un contrato de integración y deben aceptar nuestras costumbres, nuestros valores y nuestra lengua. Así se evitará que la delincuencia sea una consecuencia de la inmigración. Aprenderán de los españoles que no robamos, no matamos, no tenemos violencia de género y oramos al Dios trino, único y verdadero.

San Rajoy converso ora pro nobis.

“No podemos ir por el mundo impartiendo lecciones de derechos humanos”. Lo ha dicho Isabel San Sebastián. No hay por qué conceder a los extranjeros los derechos de sanidad ni educación. Sólo debemos atender en nuestros hospitales a quien acuda en un estado de extrema gravedad, como en Francia o Inglaterra, donde hay órdenes de no atenderlos a menos que se trate de una emergencia. ¿Por qué vamos a ayudar a parir a una ecuatoriana con aire acondicionado y asepsia? Le deben bastar unos pañales de cartón y el quirófano-cajero-bancario. ¿Qué un subsahariano se rompe el fémur? Ferretería y superglú. “Creemos unos ambulatorios especiales con tarjetas anónimas y restrictivas como en Italia” “No tenemos nada que aprender de nadie, nada que copiar de quienes redactaron la célebre Declaración Universal y recorrieron este camino antes. A nosotros va a enseñarnos Europa lo que hay que hacer con los inmigrante. ¡Qué formidable liderazgo! Esto sí que es democracia, y no lo de nuestros inhumanos vecinos!", ironiza Isabel.

Condenemos la posibilidad de abortar, luchemos contra el respeto a la homosexualidad, prohibamos el uso de lenguas que no sean el castellano. En ciertas cosas no imitemos lo que va más allá de los Pirineos. En lo relativo a la inmigración, seamos tan crueles como otros países.

Construyamos nuestros guantánamos, nuestros holocaustos carpetobetónicos, nuestras inquisiciones purificantes de raza.

Isabel y Mariano. La reconquista asoma por las bellas grutas asturianas.

viernes, 22 de enero de 2010

¿CABEMOS TODOS?

El amor agranda los espacios porque tiende a la proximidad, la cercanía, la fusión. El amor atrae y va creando espacio a las espaldas del amado. Funda así la posibilidad de que otro encuentre el hueco creado y creador para existir en la cercanía. Cabemos más en la medida en que amamos y posibilitamos la existencia de otros a nuestro lado.


Con respecto a la inmigración, Alicia Sánchez Camacho recurre a la vieja pregunta que lleva dentro la respuesta: ¿Cabemos todos? Una interrogante que brota de la despreocupación por el otro, de la conciencia explícita de abandono del otro, del egoísmo que ve en el otro un invasor capaz de privarnos de los que somos y tenemos. ¿Soy yo acaso el responsable de mi hermano, sobre todo si ese alguien ni siquiera llega a la categoría de hermano?

España sabe mucho de dominio ejercido a lo largo de la historia. En dominio se convirtieron nuestros descubrimientos, nuestras colonias, nuestros protectorados. Estos son nuestros poderes. Los hemos exhibido a lo largo de la historia. Construimos, es verdad. Pero sobre las ruinas de lo que antes habíamos derribado. Nos enriquecimos. Lo demostró el gran Ramón Carande en su obra “Carlos V y sus banqueros” No se trata de flagelarnos. Pero hemos de ser serenamente conscientes de una realidad que está ahí y de la que deberíamos sacar más de una conclusión.

El egoísmo no diseña espacios vivificantes, sino excluyentes. El otro debe permanecer a las afueras de las fronteras que hemos construido para que nadie desde el exterior pueda contaminarnos. Tenemos miedo a la creación de mezquitas, a la islamización, al ataque a nuestros valores. En nombre de esos valores hemos cometido verdaderas aniquilaciones, cruzadas destructoras, inquisiciones aberrantes. Pero son nuestros valores. Y los defendemos sin plantearnos su validez actual. Los Obispos nos previenen contra la laicidad o contra el advenimiento de una religiosidad ajena a nuestro pasado. Porque España o es cristiana o deja de ser España. Aznar-mitrado, Cañizares-príncipe, Rouco-presidente proclaman nuestro origen vinculado a la Iglesia una y única y no contemplan otro futuro que no sea permanecer bajo el palio tutelar del Vaticano. Confunden cristianismo con cristiandad. Pero eso responde sólo a las turbulencias mentales de un ex-presidente carente de proyectos creadores, profeta de balcanizaciones y Españas disueltas y a unos Obispos anclados en la posesión absoluta de la verdad.

El hambre está ahí. La falta de educación, de sanidad, de agua, de cultivos con salida al mercado, están ahí. El sida, promovido por imposiciones morales exigidas en nombre de Dios, está ahí. Africa carga su muerte en la patera y supera el oleaje de angustia o se ahoga en su propia destrucción. Lo saben cuando emprenden el viaje. Pero más que la vida vale el pan, el agua, el trabajo, la vivienda, la universidad. Con la muerte ya cuentan. La tratan amistosamente cuando engendran niños que no llegarán ni siquiera a la adolescencia.

¿Cabemos? Sí, señora Camacho. Cabemos si abandonamos nuestros miedos, señores Obispos. Nos sobra espacio si no envenenamos con xenofobia las conciencias sencillas de muchos ciudadanos. Cabemos si hacemos del otro el valor supremo. Si nos bajamos de nuestro complejo de superioridad. Cabemos, señores de pectorales brillantes, si hacemos del cristianismo la plaza grande donde cabe el mundo. El mundo real que nosotros mismo hemos fabricado y que frecuentemente es consecuencia de nuestro egoísmo.

Cabemos todos si somos capaces de fundirnos para crear espacios donde crezcan amores negros, calientes de mate y poncho, ojos rasgados como lunas menguantes.

lunes, 18 de enero de 2010

MITRAS PUNZANTES

La muerte es la nada cerrada sobre sí misma. Los números no tienen capacidad de cuantificarla, porque la muerte trasciende toda mensurabilidad. Cada hombre, con su muerte emanada de su historia, no cabe en la pobre matemática que todo lo simplifica.

¿Haití ha muerto? ¿O más bien ha sido asesinada por las leyes del mercado, del olvido como método, del abandono como instrumento ejercido para que los pobres alcancen el punto álgido de la pobreza? Allá los analistas económicos. Hoy todos sentimos la sangre estremecida ante el horror de esa tremenda herida que nos ha surgido y que no se sabe si algún día cicatrizará. Porque todos somos conscientes de que lo que nos sobrecoge en el presente se olvida cuando las imágenes televisivas vuelvan a la rutina de anunciarnos sartenes Belén Esteban o amoríos de la Duquesa de Alba. Entonces seguirán muriendo al ritmo que marquen los despachos de los poderosos, al compás del liberalismo del mercado. Cuando los calendarios vuelvan a su rutina, nadie se acordará de la blasfemia vomitiva de Mons. Munilla: “Deberíamos llorar por nosotros, por nuestra pobre situación espiritual, por nuestra concepción materialista de la vida porque quizás es un mal más grande el que nosotros padecemos que el que sufren esos inocentes”

No se han oído voces episcopales denunciando la intrínseca maldad de estas afirmaciones. ¿Dónde están Martínez Camino, Rouco Varela, Cañizares? ¿Dónde anda El Papa Benedicto? Un episcopado tan unido (¿o uniformado?) frente al gobierno o las decisiones del Parlamento español, pero que no muestra su rechazo a la postura de Munilla o del Arzobispo de Granada, es un episcopado cómplice, que justifica el desprecio a los pobres para siempre horizontales, con la muerte incubada en fosas anónimas. Las mitras se vuelven lanzas y se clavan como rejones definitivos. Cualquier muerto merece una oración, cualquier muerto menos estos haitianos sobre los que sólo recae el vómito caliente de un obispo blasfemo y de un episcopado copartícipe.

Del episcopado hablo, no de los cristianos. Porque allí, junto al olvido de los olvidados, hombro a hombro con la pobreza de los más pobres, había hombres y mujeres comprometidos con la redención de los estómagos, con la resurrección de la dignidad humana, con la miseria última de los que no tienen futuro.

Aquí permanecemos los defensores de los valores cristianos de occidente, luchadores contra mezquitas que pueden desequilibrar nuestra cultura de santiago matamoros, cruzados contra medias lunas inmigrantes, constructores de muros contra pateras destructoras de cristianismos hipócritas, legalistas, donde el derecho canónico aplasta el amor porque es más cómoda la ley que la entrega.

Del episcopado hablo, insultando diariamente a la mujer, proclamando que el hombre tiene derecho a abusar de ella puesto que ella aborta (lo ha dicho Javier Martínez, Arzobispo de Granada), incubando dictaduras, condenando el amor homosexual, la investigación que alivia el dolor humano, despreciando la dignidad de una muerte decidida como un acto más de la vida.

Voy a sentarme en la Cibeles a ver pasar al episcopado manifestándose contra sí mismo.






sábado, 16 de enero de 2010

JOSE ANTONIO LABORDETA

Labordeta se va del Parlamento. Decidido a cuidar amaneceres. A pasear caminos del brazo de la luna. Ya sembraba esperanzas cuando la esperanza estaba prohibida y construía utopías cuando la utopía era fusilada. Labordeta sabía del futuro cuando el futuro era un túnel cerrado sobre sí mismo. “Habrá un día en que todos al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad.”


José Antonio es un viejo compañero de camino. Machado de posguerra, con penas calientes y estómagos vacíos. Traje los domingos y alpargatas de lunes hasta siempre. Le cabía, nos cabía, todo el país en la mochila, porque alguien empequeñecía España y la reducía a la medida de su pisada, de su bota capaz de aplastar las rosas de todos los caminos. Compañero de alegrías diminutas, de lutos interiores, de corazones perdidos en las cunetas y en las tapias blancas de los cementerios.

Se va del parlamento. La edad, dice, Los surcos de una vida entregada a la palabra, digo. El cansancio blanqueando las venas del alma, la ilusión de los nietos columpiados en la rosaleda grande de la libertad soñada. Justifico a José Antonio, machado de posguerra.

Ahora es columnista, compañero de palabra virtual, creadora de conciencia, constructora de otro futuro porque el futuro no está nunca conseguido, porque siempre es utopía, verdad prematura. Y hay que lucharlo para luego suplantarlo como provisionalidad gozosa pero efímera. El hombre siempre es mañana, nunca hoy definitivo.

Labordeta, compañero de entonces. Compañero ahora desde las páginas hermosas de un periódico cuajado de esperanza, florecido de libertad, de quehacer diario, libre de pistolas negras, de correajes negros, de charoles perseguidores de Torres Heredia, hijo y nieto de Camborio, de estrellas de ocho puntas estrelladas contra la opacidad.

Voz rural y libertaria, fundadora de promesas entonces, de realidades caminantes ahora hacia el después definitivo del gesto supremo, de la suprema elegancia de uno mismo, hasta que la muerte nos una definitivamente en el amor absoluto. Compañero ayer. Hoy compañero. Hacedor humilde de palabra que desatasca la historia de trombos moribundos y construye caminos para el hombre hermano, para los nietos de todos, con la mochila llena de país y de nostalgia cuando la voz era rural y libertaria. Labordeta, compañero. Machado de posguerra.

sábado, 9 de enero de 2010

LOS CALZONCILLOS DEL MUNDO

Eran tiempos distintos. Vividos por muchos de los que hoy llevamos sabor de sangre en la garganta. Guerra fría, le llamaban. Maletines nucleares. Teléfonos rojos. Armas de destrucción masiva vigilando espacios aéreos. Sobresalto de supervivencia revoloteando en las cúpulas de los árboles. Jruchev taconeando bancadas de la O.N.U. Y se ofrecía la mano con una pistola apretada entre los dedos.


Guerra fría le llamaban. Pero subías al avión con la ensaimada mallorquina o llevabas a Buenos Aires una empanada para caldear la morriña. El vientre de aquella guerra se abrió de par en par. Y se alegró el mundo. Como quien recibe el alta después de una larga enfermedad. Ya no hay guerra fría. Caliente es ahora: IraK, Oriente Medio, Afganistán, Pakistán. Los 11-S. Los 11-M. Los Julios londinenses. Guerras africanas de sangre negra. Guerras sin titulares periodísticos. Guerras sin interés, como de barrio, sin muertos importantes. Sin nombrar el hambre, que sólo se extinguirá con la revolución de los pobres. Los ricos hacen las guerras. Los pobres siguen pendientes de su revolución siempre pendiente. Se cuartea el planeta. Los mandatarios multinacionales no saben qué hacer con la destrucción del mundo porque gracias a ella construyen capital y miseria enriquecedora. Saben que un día se acabará todo: habremos fusilados los mares, descuartizado los ríos, los árboles serán una hemorragia de pájaros. Pero para entonces, se habrán muerto los analfabetos, los hambrientos, los que ya carecen de agua, de sanidad, de escuela. Sólo entonces nos vendrá la muerte a los poderosos, a los civilizados, a los de los valores cristianos de occidente. Embalsamaremos el planeta y meteremos dentro un poco de petróleo envuelto en el orgullo de haber asistido a la conversión del mundo en recuerdo de la nada.

Mientras tanto, ya no podemos viajar con la ensaimada mallorquina o la empanada gallega. El hombre es ya una sospecha para el hombre. Peor que el hombre lobo para el hombre. No nos queda ni esa elegancia animal. Sospecha somos. Sólo sospecha. Camisa Emidio Tucci fuera. Cinturón, pantalones, blusas insinuantes de hermosura, faldas frutales. Permanecían los kalvin klein de Beckham como tierra prometida de adolescentes y bragas-Andrés-Sardá-Eva-Mendes-diseño.

Nuestro envoltorio de celofán en los pies. Un scanner sin sexo nos despoja de todo aquello que desnudábamos poco a poco, como descubriendo el mundo del otro, la sorpresa del otro, la donación amorosa del otro. Nos sobran las manos indagadoras del misterio, la luciérnaga minera que avanzaba hacia la tierra virgen, las selvas vírgenes, las oquedades vírgenes mientras la sangre se hacía filigrana temblorosa.

El mundo es un paquete explosivo en los calzoncillos de un negro de Detroit. Buscando la seguridad, nos hemos instalado en el miedo. Un miedo paralizante, con hombres liofilizados, libertad desnatada, descafeinado el riesgo. El sida mata, el fumar mata, el cáncer mata, el enfisema mata. Y ahora nos matan los calzoncillos.

Hubo un tiempo con espías hermosas. Las jefaturas enemigas caían entre los pechos de una espía. Muslos lorquianos y guerreras entorchadas revolcaban los imperios. Ellos eran rubios, fumaban aromas orientales y las emperatrices se perdían entre las piernas de pantalones con raya recién planchada.

El mundo se ha vuelto terriblemente vulgar. Somos sólo un scanner. Nos hemos desmoronado en los calzoncillos de un negro de Detroit.





domingo, 3 de enero de 2010

LOS REYES MAGOS

Una mañana fría en Alemania. Catedral de Colonia. Fuera, sus torres sujetando el aire. Dentro, la urna donde, según la tradición, reposan los cuerpos de los Reyes Magos. Tan increíble todo, pero tan hermoso. A veces no importa la verdad. Nos basta con la belleza. Y algo es verdad sencillamente porque es bello. Y surge entonces la poesía como creación, la vida como aventura, el amor como utopía.


Contemplé largamente aquella urna. El oro lo recubría todo. En el interior, una monarquía de lunas, incienso y mirra. Todo estaba allí acabado, perfecto, sin línea sucesoria. La ilusión se cerraba sobre sí misma y construía un mundo de estrellas interiores, preñado de luces verticales y niños de futuro. Era como el punto de encuentro de todas las aspiraciones humanas, un mitin de ideales, una manifestación de todas las alegrías. Y aquella urna, como un vientre fecundo, nos iba pariendo a todos.

Después vendrían los herodes de la historia, empeñados en degollar los besos recién nacidos, dispuestos a segar los tallos de la esperanza, a sajar la sombra de quienes puedan hacerle sombra. Aquí, ante esta urna que es verdad sencillamente porque es bella, que contiene porque así lo necesitamos, una dinastía universal y equilibradora, traía yo a los verdugos del mundo, a los fabricantes de pobreza, a los diseñadores del hambre. Frente a esa urna colocaba a todos los dictadores, a los dibujantes de fronteras entre blancos y negros, a los albañiles de los muros que dividen. A todos los destructores profesionales de horizontes que nos obligan a tener más para conseguir que seamos menos.

A lo mejor el mundo se guarda en una urna que contiene los restos de los Reyes Magos. A lo mejor sólo es necesario sacar los zapatos a la ventana de la vida, poner agua para los camellos y dejarnos querer por quien nos quiera querer, recibiéndolo todo como un regalo de quien ama a los niños buenos.

El hombre es un niño maduro como el pan es un trigal con amapolas. El hombre es lo que ama como la luz es una luna repartida.

Salí a la mañana fría, muy fría, de Colonia. Allí estaba la Catedral y sus torres imponentes apenas visibles entre una niebla gótica. Y aquel día tomé una decisión: en adelante dejaría los pragmatismos, renunciaría a la necesidad de tocar para creer, preferiría lo utópico a lo empírico. La vida es verdad porque alguien la ha soñado, y quien ha dejado de perseguir un sueño se ha suicidado. A veces no nos morimos. Simplemente nos vamos alejando por las cunetas del tiempo. Dejamos atrás la urna, tan increíble pero tan bella, que guarda los restos de los Reyes Magos. Qué pena los matemáticos que olvidaron la magia, los científicos que rechazaron la sorpresa, los acomodados que prescindieron del asombro.